Erradicar las violencias invisibles y simbólicas

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Por Sandra Luz Tello Velázquez

En el tejido fino de nuestra sociedad, la violencia contra las mujeres persiste, disfrazada de costumbre, de normalidad o de silencio. No podemos  darle la espalda a esta situación cuando la dignidad y la vida de la mitad de la población están en juego, es cierto que en la agenda política los temas de equidad de género se colocan al frente, sin embargo, no es suficiente.

Por ejemplo, cuando pensamos en violencia, la mente automáticamente evoca la agresión física o el insulto evidente. Pero la realidad es más compleja, se anida en los espacios donde parece que no hay ruido, se traduce en el silencio y en las violencias simbólicas, esas que minan el ser sin dejar un moretón visible, pero que fragmentan la autoestima y limitan la autonomía, las que pesan más por parecer invisibles.

Pueden generarse a través del control del dinero, impedir el acceso a cuentas o trabajos, o exigir justificación por cada gasto, lo que termina por convertirse en una soga que asfixia la independencia, por otra parte, la descalificación constante, el gaslighting (hacer dudar a la víctima de su propia percepción y cordura), los silencios punitivos o las amenazas veladas son agresiones que se camuflan en lo privado, pero su impacto es devastador en la salud mental.

Frente a ese panorama, hay una palabra clave que debe resonar en todos los rincones del país: valentía, no como acto temerario, sino con la entereza profunda para pedir ayuda y trazar límites, alzando la voz ante las instancias que corresponden a los casos de violencia de género, exigiéndoles que actúen y que protejan. La valentía es el primer paso para romper el ciclo de la violencia, para dejar de ser la víctima silenciada y convertirse en la protagonista de la propia vida.

De igual forma, la educación puede ser la vacuna más potente contra la violencia, el entorno escolar debe ser el refugio y motor de crecimiento, evitando el trato diferenciado entre pares, la minimización de logros por cuestiones de género, erradicar el bullying y el acoso, transformando a las instituciones educativas en la imagen de la equidad a la que aspiramos construir, erradicando los micromachismos y enseñando, desde la infancia, el valor del respeto y la corresponsabilidad

Y cuando hablamos de esta fuerza, no podemos obviar la historia y legado de las hermanas Mirabal: Patria, Minerva y María Teresa, en República Dominicana. Su lucha contra la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, no solo tuvo impacto político en su país, sino que ha sido considerado un acto de suprema dignidad frente a la opresión. Ellas encarnan la tenacidad de la mujer que se niega a dimitir por miedo. Su trágico asesinato, ocurrido un 25 de noviembre las inmortalizó, convirtiendo esa fecha en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Su memoria nos recuerda que la valentía actúa a pesar del miedo.

Finalmente, la violencia no es una batalla exclusiva de las mujeres, sino una responsabilidad social, institucional e individual. Reconocer las violencias silenciosas, educar con perspectiva de género y crear entornos seguros son los pilares. La solución reside en la conciencia reflexiva y en el discernimiento de que las acciones de uno impactan la vida de otros. No se trata de señalar a todos los hombres, sino de reconocer que todas las personas tenemos que asumir el compromiso para ser agentes de cambio positivo ante cualquier forma de agresión, así sea un grito o un susurro.