Por Darío Fritz
Hay cifras que apabullan. Que de tan solo citarlas por su extensión y significado abren una pregunta simple: ¿para qué tanto? Elon Musk recibirá acciones por el valor de 29,000 millones de dólares en Tesla en compensación por salarios no recibidos y con el objetivo de que permanezca otros dos años al frente de Tesla. ¿Quién no se dejaría convencer con algo así? Desde Santa Clara, California, acaban de hacernos saber los accionistas de Nvidia, la empresa mundial más grande, fabricante de microprocesadores, que han ganado en tres meses casi 32,000 millones de dólares respecto a 2024. En una subasta en Nueva York, un retrato hecho por Gustav Klimt entre 1914 y 1916 se vendió en 236.4 millones de dólares –había pertenecido a los herederos de los cosméticos Lauder– mientras que un inodoro hecho en oro macizo del italiano Maurizio Cattelan –la alegoría del color amarillento del artefacto con la cabellera trumpetiana no puede evitarse– se vendía en 12,10 millones. También están por allí otras fastuosidades que remiten a la misma pregunta. En el desierto de Arabia Saudí se está levantando una ciudad lineal de 150 kilómetros de largo entre dos muros de 500 metros de altura que costaría unos 9 billones de dólares -el presupuesto inicial fue de 500,000 millones- y otros proyectos megalómanos del príncipe Bin Salmán, un personaje a lo Putin o Trump que pretende convertirse en potencia militar y tiene en su haber algunas sutilezas como ordenar la muerte y descuartizamiento de un periodista opositor en su embajada en Estambul.
De todos modos, no hay que ir tan lejos en esto de los números abusivos. ¿Cuántos millonarios en México, de esos que pertenecen al uno por ciento de los ricos del mundo, no cuadrarían con aquellas cifras exuberantes que abofetean todo raciocinio de equidad? Debería implementarse alguna disposición para que todo ingreso por encima de los 100,000 pesos estuviera prohibido, decía con sorna un amigo economista y profesor, al tanto de algunos salarios de ese tenor en el mundo elitista de los investigadores universitarios.
Cualquier número de esos nos pone en perspectiva con lo que se tiene y se aspira a alcanzar. En horas cercanas se anunciaba que la inversión extranjera directa (IED) rompía récord con 41,000 millones de dólares en nueve meses del año, una cifra a envidiar en muchos lugares del continente, pero que no llega a la meta mínima (24%) de un crecimiento sostenido del PBI, dicen quienes saben de esas cifras. Ni el Estado, que bajó notablemente el gasto en obras, ni el sector privado, aportantes del 87% de las inversiones (la IED tiene el 13%), están muy confiados e interesados en darle el empujón necesario a una economía que las proyecciones aventuran como de estrecho crecimiento en este año.
Y no es que ese 99% de los que no formamos del club de la anomalía nos interese disociarnos de la realidad, aunque a más de uno se le puede botar la canica por pisotear a quien sea con tal de aspirar a esos lugares entre millonarios que tanta buena prensa tienen. Un plan para que el pago de impuestos sea más equitativo –ahí está la propuesta de 2024 de la Alianza por la Justicia Fiscal– no lo es todo, pero contribuiría a hacernos la vida menos desigual.
Al mundo del progresismo le ha ido bien con políticas sociales y leyes a tono que son la contracara de la desproporción de aquellos números irracionales, aunque presentes. Pero si en el corto plazo se comienza a ver, como ha ocurrido en varias partes del continente, que la economía abraza a muy pocos, tanto la falsa como la real generación Z pueden convertirse en el corto plazo en tentación para una marea de rechazos con ideas conservadoras y de derecha que en realidad traerán aparejadas una inequidad mayor.
@dariofritz.bsky.social