Por Carlos Tercero
Cada vez es más evidente que la crisis hídrica que enfrentamos en México requiere atención inmediata. Se trata de un problema que amenaza la seguridad, el desarrollo y la cohesión social. La sobreexplotación de acuíferos, la contaminación de cuerpos de agua y la ineficiencia en su uso conforman un escenario crítico, agravado por el cambio climático y el crecimiento urbano, en muchos casos exponencial y desordenado. En este contexto, el concepto de la “economía circular del agua” se presenta como una alternativa sólida, un modelo que busca maximizar el aprovechamiento del recurso hídrico y minimizar el desperdicio, abandonando el esquema tradicional de “extraer, usar y desechar”.
Este enfoque propone cerrar los ciclos del agua mediante su tratamiento, reutilización y recuperación, en el que las aguas residuales dejan de ser un desecho para convertirse en un insumo renovable: agua tratada para riego o industria, nutrientes reincorporados a la agricultura y energía generada a partir del lodo estabilizado, así como el desarrollo de “líneas moradas”. Así, el agua deja de tener un único uso y se integra en un sistema regenerativo que optimiza los recursos y protege el entorno frente a la triple presión hídrica que vivimos, es decir, creciente demanda, baja eficiencia y alta vulnerabilidad climática. En México, apenas alrededor del 40 % de las aguas residuales recolectadas recibe tratamiento adecuado, y en muchos municipios las fugas en distribución superan el 50%. Estos datos confirman que el cambio de modelo no es una opción, sino una urgencia.
Adoptar la economía circular del agua exige una visión integral; no basta con tecnología e infraestructura; el éxito depende de la coordinación institucional, la gobernanza y la voluntad política. En este sentido, las comisiones estatales del agua y los sistemas municipales de agua y saneamiento, son actores esenciales por su conocimiento técnico sobre cuencas, estrés hídrico y gestión local que permite diseñar soluciones ajustadas a cada caso, dado que una colaboración efectiva entre ambos niveles de gobierno se traduce en una mayor eficiencia operativa y mejor planeación regional.
Transitar hacia una economía circular del agua no solo es ambientalmente responsable, sino financieramente viable, pues a menor extracción de fuentes naturales, mayor ahorro en bombeo y distribución; el reúso disminuye la presión sobre fuentes dulces, y aprovechar la energía contenida en los lodos —por ejemplo, mediante biogás— convierte un residuo en recurso. Este modelo puede traducirse en innovación tecnológica, empleo local y mayor resiliencia urbana.
El concepto de economía circular se sustenta en tres principios: minimizar externalidades, mantener los recursos en uso y regenerar el capital natural; que, aplicado al agua, se traduce en menor extracción, mayor reúso y protección de ecosistemas; sin embargo, su implementación requiere transformación institucional, inversión, cooperación entre actores y un cambio cultural profundo. Persisten resistencias sociales frente al uso de agua tratada, y en muchas regiones la regulación aún es débil o inexistente. La educación ambiental y la comunicación pública deben ocupar un papel central, explicando que el agua tratada, bajo estándares adecuados, es segura, viable y parte esencial del futuro.
La economía circular del agua incorpora además una dimensión social y territorial. La captación de lluvia en techos, cisternas o aljibes ofrece a comunidades vulnerables una fuente alternativa, reduce su dependencia del suministro convencional y fortalece su autonomía hídrica.
No se trata de una solución mágica, sino de una estrategia sensata frente a la crisis hídrica nacional. México cuenta con experiencia institucional, talento técnico y conocimiento acumulado que bien puede impulsar y fortalecer mejores políticas públicas en este sentido, tomando ventaja de la innovación tecnológica y la participación social. La coordinación entre niveles de gobierno detona una positiva gestión del agua, constituyendo un proceso regenerativo, socialmente justo; financieramente viable; políticamente incluyente; y, ambientalmente sustentable.
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