Sor Juana Inés de la Cruz y la insubordinación silenciosa

Share

Por Sandra Luz Tello Velázquez

El 12 de noviembre es una fecha que en México se abre para iluminar la conciencia, la mente y el pensamiento, día nacional consagrado al libro y elegido para recordar el nacimiento de una mujer del siglo XVII que desafió las fronteras de la obediencia y de la ignorancia para escribir su nombre en un mundo que no la esperaba. Sor Juana Inés de la Cruz se ha convertido en icono del pensamiento, del saber, del decir con profundidad y estética. Es símbolo de la terquedad que incomoda al poder y de esa manera encontró la forma más profunda del activismo ejercido desde la intimidad, desde la resistencia silenciosa, desde un lugar donde nadie la miraría, mientras ella se afirmaba.

Juana de Asbaje conquistó su libertad en voz baja, sin estridencias ni gritos, sino a través del hambre por el conocimiento, por la lectura, en un tiempo en el que estudiar siendo mujer era una forma de insubordinación. Resulta casi una imagen fundacional de nuestra cultura la de aquella niña en la Hacienda de Panoaya, devorando la biblioteca de su abuelo como si cada página fuera un conjuro para existir más allá de los límites de su género. Una niña que aprendió latín como quien aprende a respirar, que se enfrentó a los discursos del catecismo con la inteligencia afilada de quien intuye la desigualdad y la nombra sin temor.

Juana de Asbaje creció sabiendo que no tenía permiso para pensar por si misma, para crear, para escribir, pues en la Nueva España, las mujeres eran cuerpos útiles, no mentes desobedientes, el silencio y la obediencia eran para ellas el destino trazado, entonces la joven Juana tomó el camino del claustro, se puso un hábito carmelita y sin saberlo transformó su nombre en trascendencia: Sor Juana Inés de la Cruz.

Juana buscaba una figura tutelar para su vocación de soltera y escritora. Inicialmente la encontró en Santa Teresa de Jesús o Teresa de Ávila y decidida por el espíritu de la reformadora de la orden de Las Carmelitas, ingresó como novicia a dicha orden, pero los ayunos, penitencias y deberes la enfermaron. Renunció a los tres meses y después de otros tres meses, ingresó con las jerónimas para el resto de su vida. Había otros veinte conventos de religiosas, pero se decidió por esa orden al centrarse en la figura y aportación de San Jerónimo, quien fue un gran escritor, que creía en las bibliotecas y en la inteligencia femenina. Así, el convento se convirtió en el refugio político, en la tierra que abonó a su erudición y en el silencio que le abrió el canal para hablarle al México gobernado por España.

Desde su celda de San Jerónimo, Sor Juana Inés de la Cruz ejerció el derecho que hoy sigue negándose a muchas mujeres: el derecho al pensamiento, a la expresión y a la superación. Escribió poesía como si de ello dependiera su vida, escribió teatro como quien se refleja en un espejo y disertó filosofía como quien intenta ordenar el caos interior y el mundo externo, escribió sobre para no renunciar a sí misma.

En Respuesta a Sor Filotea de la Cruz se adivina la libertad de los criterios de la poetisa, su agudeza y la obsesión por mantener un estilo dinámico y sin imposiciones, es una epístola con luces feministas, pues cuestiona la autoridad masculina, denuncia las estructuras que obligan a las mujeres a mantenerse en silencio e ignorancia.

Sor Juana practicó un activismo que no está en los manuales de protesta, el feminismo de la lucidez. El de la inteligencia como insumisión. El de la escritura como forma de existir en un mundo que deseaba apagarla, transformó a la lectura en un acto político y a la literatura en resistencia como acto de libertad.