Carlos Manzo (QEPD)

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Por Uriel Flores Aguayo

Carlos Manzo está muerto. Fue asesinado. Murió un ser humano, padre, esposo, hijo, nieto, hermano y tío. Murió un Alcalde, un político y un líder. Murió un futuro gobernador y, en un contexto determinado, un futuro Presidente. Murió con valentía, por asumir riesgos y romper con lo tradicional. Hablaba clarito y directo, nada que ver con el discurso típico y hueco de eufemismos y superficialidades.

Ese tono con acciones justicieras directas le acarrearon enorme simpatía popular. Rápidamente se estaba convirtiendo en un fenómeno político. Su actitud puede calificarse de muchas formas, pero nadie le debe quitar los méritos y aciertos. Hablar como lo hacía en zona narca es un poco de heroísmo, un tanto de desesperación y algo de voluntarismo.

Un Alcalde no tiene la fuerza ni la competencia para enfrentar a las mafias del narcotráfico. Sin una estrategia conjunta con el estado y la federación es prácticamente imposible detener la violencia implacable del gobierno paralelo que significan los carteles de las drogas. Él decidió hacer algo a costa de su vida.

Uruapan es un poco menor que Xalapa y es zona productora de aguacate, con la presencia extorsionadora de grupos criminales. El desenlace de su historia personal es la crónica de una muerte anunciada. Obviamente falló el Estado mexicano, lo dejó prácticamente solo.

Es bochornoso el espectáculo de la polarización que se dio con este asesinato: unos implicando sin matices al partido en el poder y otros, los del gobierno, repartiendo culpas al pasado y eludiendo responsabilidades. La muerte de Carlos Manzo es de esos acontecimientos que sacuden la conciencia nacional. Pretender minimizarlo es ocioso e inútil. Es una sacudida para todos. Tiene que ver con la vigencia o no del Estado de Derecho, con las capacidades del Gobierno, con el empoderamiento de los narcotraficantes y con una silenciosa y prematura descomposición política.

Murió un político, por tanto, que su caso se politice es absolutamente natural. No se debe perder de vista su lado humano. Nadie debería decir algo sin lamentarlo primero y ofrecer las condolencias respectivas a la familia.

Recadito: la honestidad de un gobierno se mide en su aparato de transporte y tránsito.