Negación, insensibilidad

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Por Martín Quitano Martínez

 

«No es necesario actuar con gran malicia para causar un gran daño. Basta con la ausencia de empatía y comprensión. La mayor crueldad reside en nuestra ceguera ante la desesperación ajena.»

(Adaptación de una cita sobre la empatía)

 

Se ha convertido en una rutina gubernamental negar el presente y refugiarse en la crítica del pasado, que no sea el que ellos representan ya, como si con ello menguaran los efectos de nuestra destrozada vida cotidiana. Evadirse ante la crudeza de una realidad que empaña los discursos oficiales de la transformación 2.0, sostenida en unos “pisos” ahora fehacientemente reconocidos por muchos como la instauración de un proyecto autocrático, ofrecido en otros términos, el cual ajustó sus “trascendentes transformaciones” a través de mentiras, traiciones y corrupción, que pueden insistir en negar, claro, pero que cada vez son más inocultables las evidencias.

La violencia y la inseguridad son los gestos bárbaros que se ofrecieron desterrar, junto con la corrupción, esa que se iba a limpiar como una escalera, de arriba hacia abajo, de la que se amontonan los escándalos para verla más sucia que nunca, dejando en palabrería hueca todos sus ofrecimientos y que sin rubor alguno desdeñan responsabilidad alguna.

El abandono humanista de toda empatía con los que dicen representar, mostrando una cerrazón ofensiva para asumir la pluralidad y las críticas como elementos consustanciales a la democracia, a la que esa sí, matan día a día.

La violencia diaria y los efectos de la misma, que acometen sin contención las vidas de millones, en su patrimonio, en sus proyectos y sueños, en las vidas que mueren o se desaparecen, en las palabras de insensibilidad de gobiernos que, sesgados, facciosos y fanáticos, optan por la indiferencia. En la grosera y banal conformación de un supuesto e ideal momento de transformación inédito que se hace pedazos en sus contradicciones, en sus comedidos y permanentes ejercicios de arbitrariedad y ruptura de los discursos y doctrinas que se supuestamente sostenían sus brújulas de representación y gobierno.

Desde el poder máximo de este país agobiado, incapaz de asumir una visión de Estado, el negacionismo y el ideologizado frente entre izquierda y derecha, entre buenos, ellos, y los malos, los otros, se cancelan oportunidades y diálogos para imaginar salidas a nuestros graves problemas. Este gobierno, atrincherado en la posesión de la verdad, machaca su barajita de la representación del pueblo, visto en singular porque para ellos solo hay un pueblo, y casualmente es el que solo los apoya a ellos.

Este pueblo del que hablan, su pueblo, referida encarnación y espíritu de las aspiraciones y sentires que ellos juzgan únicos, es decir que los que se opongan a dicha versión del pueblo, a ellos, solo pueden merecer el desdén, el desprecio y una cauda de vituperios como traidores a la patria, neoliberales, la derecha, entre otros colgandajos lingüísticos, propios de la violencia del intolerante que al temerla, niega la pluralidad, la diversidad, la otredad, y por ello mira en bicolor y asume los bandos como la interpretación de un mundo estrecho, el del conmigo o contra mí.

Siempre con más claridad, las acciones “cuatroteras” que se plantean desde sus gobiernos y representaciones, son dictados de intransigencia, son perlas del despotismo y de la inexistente “moral superior” que ellos dicen representar. Haciendo uso de sus controles ya casi absolutos de instituciones y poderes, despliegan su ambición e incompetencia, reeditando e incrementando las malas gestiones del pasado, saliendo a la luz sus desvíos, contubernios y alianzas inconfesables que los ubican, no “en el lado correcto de la historia”, sino en los tiempos oscuros de una terrible historia que pronto deberemos superar.

DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA

El crimen de Carlos Manzo es el crudo mensaje de una terca realidad que no obedece los festejos oficiales

 

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