La extorsión
Por Javier Solórzano Zinser
Es el delito más recurrente en el país. No se circunscribe a ciertas ciudades o zonas que sean territorio de la delincuencia organizada. Puede aparecer en cualquier esquina, en cualquier celular, en cualquier vivienda o en cualquier comercio.
Provoca un serio desequilibrio en la vida de quien es extorsionado. Cuando es vía telefónica obliga a reaccionar con frialdad, inteligencia y, aunque es difícil, colgar y buscar rápidamente a los nuestros.
La extorsión ha pasado por nosotros de manera directa o indirecta. Hemos aprendido a enfrentarla y la delincuencia ha ido entendiendo que los ciudadanos sabemos cómo actuar. Los extorsionadores saben lo que provocan más allá de lo que piden, saben la importancia que tiene el factor sorpresa y el temor que nos invade.
El aprendizaje ante la extorsión telefónica nos ha servido y cada vez hay menos extorsiones, y en el camino también nos queda claro que no, necesariamente, contamos con la autoridad. Es un asunto que en la gran mayoría de los casos resolvemos nosotros mismos, a pesar de que pasemos por extorsiones mayores.
Uno de los escenarios que es cada vez de mayor riesgo y que es difícil de enfrentar es el derecho de piso. En muchos casos es la autoridad quien desalienta la denuncia, las respuestas que dan resultan oprobiosas, por decir lo menos.
Van desde “mejor no denuncie, porque saben dónde vive y no vaya a ser que regresen”, en el caso de robos, y en cuanto al derecho de piso las consideraciones son igual de lamentables.
Para muchos resulta justificadamente ocioso presentar una denuncia. En un buen número de casos la autoridad no se presenta a investigar, denunciar se convierte en un problema doble porque, por un lado, está la relación de complicidad lamentable entre delincuente y autoridad.
Por otro lado, ante el derecho de piso el ciudadano se ve obligado a pagar o de plano a cerrar el comercio, como ha sucedido en muchos casos en el centro de la capital. Hace al menos 15 años, varios comerciantes se nos acercaron para presentar denuncias de extorsión en pequeños comercios, desde cervecerías hasta pequeñas tiendas.
Nos decían, antes como ahora, que no tenían el más mínimo apoyo de la autoridad, que no servía de nada acercarse a la autoridad y que tenían, como todavía sucede, dos caminos o se entendían con los extorsionadores o de plano cerraban sus comercios con todo lo que esto implicaba para la economía familiar y personal.
Los ciudadanos tenemos muy poca capacidad de maniobra ante la extorsión. Nos enfrentamos a la delincuencia organizada y a pequeñas bandas que encuentran en el momento la oportunidad. Es hasta cierto punto un delito hormiga que se va esparciendo por muchas partes del país ante el que prevalece la impunidad y, en muchas ocasiones, también la falta de solidaridad y empatía de parte de algunas autoridades. Muchos son los casos en destinos turísticos, en donde de plano, hoteles, restaurantes y centros de diversión optan por arreglarse con los extorsionadores.
La extorsión se ha agudizado en los últimos años. En el pasado sexenio creció de manera significativa y no hay cómo echarles la culpa a los pasados sexenios.
A partir del lunes en el Congreso se va a discutir una ley contra la extorsión. Es un asunto de primera importancia, porque si el ciudadano tiene herramientas legales presumimos que puede obligar a la autoridad a actuar de manera diferente.
Es un asunto integral que bien se sabe, no se va a resolver sólo con la instrumentación de nuevas leyes. Es un asunto que pasa por la voluntad genuina de la autoridad, la cual hasta ahora ha sido omisa o cómplice de un delito que, cotidianamente, está encima de nosotros.
RESQUICIOS.
Tendríamos que buscar la manera de no perder nuestra capacidad de asombro. Hace pocos días, cinco jóvenes fueron desnudados por un grupo de vecinos para ser llevados al velorio de un joven; los llevaron para que confesaran que ellos fueron los asesinos, todo indica que, efectivamente, ellos fueron.