El cuento de la privacidad

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Por Darío Fritz

La conversación de la videollamada fue de lo más anodina y no pretendía otra cosa que resolver algunas dudas técnicas. Se pudo despejar en cinco minutos y quedé satisfecho porque el técnico no hizo más que palomear unas incapacidades personales en el uso de la plataforma, acentuadas por la inactividad. Tenía que llegar a una reunión virtual con los alumnos y patinar en la manipulación de esos mecanismos digitales de la clase no figuraban como opción. Pero unos diez segundos después, quizá veinte, en lo que tardé en llegar al correo electrónico, me hizo sentir como en esa pintura del británico Phil Lockwood donde se ve en el anochecer las ventanas de los edificios y lo que hacen sus moradores (Offices at Night). Un gran ojo que se mete en la vida íntima de la gente. Un espía sin desparpajo. Zoom resumía en el email lo que fue la conversación, aunque nunca se lo llegué a pedir. Fue bastante eficaz en la síntesis –la IA puede cometer errores, decía el texto al final y me sugería revisarlo para comprobar su exactitud–, pero el mensaje era contundente: puedo transcribir lo que haces en una videollamada y hasta te lo hago saber si quiero (no lo hizo luego con las dos horas de la clase).

Hasta ahora, el fisgoneo sobre diálogos o búsquedas de información digital se traducía en la invasión sutil de publicidad, pero nunca que te resumieran por su propia cuenta una conversación. No solo te fisgonean para supuestamente darte opciones de consumo sobre el rastro de los intereses que dejas ver, sino que descaradamente te lo exponen al detalle y por escrito. Aquí estamos, que no se te olvide, parece ser el mensaje.

La intimidación digital –habrá quienes creen que se trata en realidad de un buen servicio, y gratis, por su incentivo para el consumo y la opción conformista de que decidan por ellos–, agrava en el plano virtual la inseguridad que ya padecemos en la calle. Pero aún y cuando su sofisticación y complejidad nos acostumbra a aceptarla y normalizarla, esconde abundante desidia y mentira al momento de pregonar su seguridad en candados, contraseñas, encriptación, datos cifrados, túneles de acceso restringido y cuanto defina un mundo de supuesta privacidad inexpugnable.

Esta semana, un grupo de investigadores de la Universidad de California en San Diego y de la Universidad de Maryland dio a conocer cómo logró interceptar las señales de 39 satélites geoestacionarios que transmiten datos sensibles de los gobiernos estadunidense y mexicano, así como de empresas y consumidores. Lo hizo valiéndose tan solo de un equipamiento que no llega a los 800 dólares de costo y situado en la azotea de un edificio universitario en La Jolla, San Diego.

Durante tres años trabajaron sobre 15% de la información de esos satélites y pudieron obtener el contenido de llamadas y mensajes de texto de redes de celular como Telmex, AT&T, T-Mobile, datos de la navegación Wifi de los pasajeros de diez aerolíneas durante el vuelo, comunicaciones de compañías eléctricas y plataformas petroleras (CFE, por ejemplo), empresas (caso Walmart), bancos (Banorte, Santander y Banjercito) e incluso comunicaciones militares y policiales de Estados Unidos y México (Guardia Nacional y Ejército) que revelaron la ubicación del personal, equipo e instalaciones.

¿Por qué les resultó tan fácil disponer de esos datos? Porque no se tomaron las precauciones de encriptar la información y generar los candados suficientes para que no fueran interceptadas.

De los hallazgos (Don’t Look Up: There Are Sensitive Internal Links in the Clear on GEO Satellites), informados este año y en 2024 a las autoridades y empresas de ambos países, la investigación cita la transmisión sin protección de información de inteligencia sensible sobre actividades como el narcotráfico en México, registros de seguimiento y mantenimiento de helicópteros militares, buques y vehículos blindados, así como sus ubicaciones y detalles de misiones. El caso de CFE es alarmante también: transmitía sus comunicaciones internas sin cifrar: desde órdenes de trabajo con los nombres y direcciones de los clientes hasta comunicaciones sobre fallos de equipos y riesgos de seguridad, dice el ensayo académico destinado a comprobar la vulnerabilidad de los sistemas satelitales y esencialmente de la información que circula.

Aquí estamos, que no se te olvide, baja el mensaje sutil e intimidante en la pantalla de la computadora o el celular. Ahí te va algo de lo que tienes que consumir y decidir, hincan el diente las milmillonarias empresas tecnológicas, y la audiencia indefensa lo asume como una necesidad. De si respetamos tu privacidad, déjalo en nuestras manos, nos hacen saber. Desamparados, no queda más que creerles.

 

@dariofritz.bsky.social