La peor consejera en política

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Por Carlos Tercero

La peor consejera de quien se dedica a la política es la soberbia, que suele manifestarse como arrogancia. Aunque estas actitudes son nocivas en cualquier otro ámbito, en la esfera política, en la vida pública, resultan especialmente dañinas, pues erosionan el vínculo con la ciudadanía, generan distanciamiento social, y reflejan una falta de compromiso con el sentido más profundo del servicio público: el bienestar colectivo; pues si bien la soberbia es una actitud de excesivo aprecio propio, termina convirtiéndose en una expresión de desprecio hacia los demás, originada por una malsana convicción de superioridad que anula la necesidad de validación más allá de la propia, que se externa en forma de arrogancia dispuesta a ostentar esa supuesta superioridad que, en casos extremos, se asume con derecho a privilegios. Sin duda, la naturaleza humana y sus conductas son complejas, pero la política exige templanza; requiere contraponer la prudencia a la prepotencia que lastima y decepciona a la ciudadanía, al electorado.

A Sócrates se atribuye la idea de que “los dioses suelen destruir a los hombres convirtiéndolos en arrogantes, porque la arrogancia los lleva a su propia ruina”; de ahí que, pasar del humilde llamado intelectual “Solo sé que no sé nada” al efecto Dunning-Kruger, en aquellos “que no saben, que no saben” y sobreestiman sus capacidades al grado de considerarse superiores a los expertos, es un marcado contraste, que refleja que aquellos con más conocimiento, son frecuentemente quienes son más conscientes de sus limitaciones. Con este contexto y retomando el escenario político, el llamado a la humildad, a la sensibilidad y cercanía es parte obligada de cada discurso y, sin embargo, la brecha sociedad-gobierno parece agrandarse. Hace poco más de tres décadas, incluso bajo el viejo régimen, Colosio expresó con lucidez ese malestar colectivo: “Veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada, de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales”.

El cierre de esta emblemática expresión del discurso del 6 de marzo de 1994, muestra claramente que ya desde entonces, se tenía plena conciencia de la aflicción que genera la arrogancia gubernamental, el agravio que representa a la sociedad en su conjunto; por tanto, resulta incomprensible que al paso de los años, en pleno ejercicio y acción política de un movimiento de izquierda, que se debe en su totalidad al pueblo, surjan cada día expresiones contrarias a la razón, a la civilidad y la cordura política, pues son ya demasiado frecuentes los dislates de personajes del primer círculo del poder nacional que parecen empeñados en dificultar el esfuerzo de la Presidenta, quien con el ejemplo traza un camino que no han sabido seguir varios de sus correligionarios, que más bien parecieran detractores. El fenómeno desafortunadamente se repite en las demás escalas y niveles de la vida pública nacional, cada gobierno estatal, cada ayuntamiento, cada partido o agrupación política cuenta con sus propios soberbios, sus propios arrogantes, que por fortuna, son los menos, la administración pública, la burocracia, se conforma mayoritariamente por un ejército de mujeres y hombres que con humildad y vocación de servicio rescatan a las instituciones, a las oficinas públicas de la generalización que en ocasiones deriva de los errores de unos cuantos. En su conjunto, restando mínimas excepciones, son realmente pueblo trabajando por y para el pueblo.

El esfuerzo de transformación nacional pasa por reforzar la vinculación entre sociedad y gobierno, por acercar las instituciones a la ciudadanía, requiere de la sensibilidad social suficiente por parte de quienes tienen la responsabilidad y oportunidad de servir, bien como representantes populares o servidores públicos. En síntesis: desterrar la arrogancia de la agenda nacional.

La función pública es la oportunidad de ayudar a la gente y hacer amigos; los enemigos llegan solos, no hay por qué buscarlos. Al término de cada encargo, los “amigos” suelen desvanecerse, quedando solo unos cuantos –los de a de veras–, mientras que los enemigos, esos sí, permanecen todos.

 

3ro.interesado@gmail.com