Se veía venir
Por Javier Solórzano Zinser
Desde hace varios años la conmemoración del 2 de octubre es una fecha incómoda, a pesar de su indudable significado.
Se ha alejado del sentido y relevancia que tuvo y tiene: la represión y la presión contra el movimiento que terminó por ser la parte final del mismo que no empezó ni terminó el 2 de octubre. Fue un final abrupto condenable y reprochable que sigue provocando más dudas respecto a las diversas responsabilidades.
De nuevo en la marcha del jueves lamentablemente pasó a segundo plano la gran lucha estudiantil. Fue un movimiento que buscó una transformación sobre espacios muy concretos entre la relación de la universidad y gobierno.
Se trataba de ponerse de acuerdo en seis demandas estudiantiles que tenían que ver directamente con la dinámica estudiantil de muchas ciudades del país; el 68 era México y el mundo.
Lo que ha pasado después han sido manifestaciones para conmemorar, recordar y protestar. Desde hace algunos años, no hay ocasión en que no haya una marcha que termine en medio de la convulsión.
Todo pasa a segundo plano por la violencia, la provocación y los infiltrados que en la mayoría de los casos hacen lo que quieren, desde 2015 las cosas se han agudizado.
Lo del jueves llevó las cosas al extremo, pero en otras ocasiones ya se estaban asomando escenarios profundamente inquietantes. El Gobierno de la 4T sigue sin atinar cuál debería ser la mejor estrategia para poder actuar.
Insistimos en que lo que termina sucediendo es que al final acabamos hablando y difundiendo información sobre la violencia y no sobre una conmemoración de un hecho que nos ha hecho el país que hoy somos, con todo y nuestra actual turbulenta democracia.
No tiene sentido, apoyarse en las ideas de que “nosotros no somos represores” o que “nuestros adversarios querían ver cómo reprimíamos a los manifestantes”. Es llevar las cosas de nuevo al pasado y tratar de soslayar la responsabilidad presente. Es previsible que cualquier acto que pudiera agudizar aún más la violencia recae en una responsabilidad de quienes lo perpetran, y de quienes están encargados desde el Estado de vigilar.
El diagnóstico que hizo de la marcha el gobierno no fue el indicado, no lo van a reconocer, pero tendrán que reconocer que fallaron. La narrativa de insistir en que no son como los de antes choca con el desenlace, no por la represión, sino por su estrategia:
120 personas heridas, entre las cuales 94 eran policías, lo cual no tiene justificación.
Pareciera que en lugar de informar de lo que sucedió sobre la estrategia que utilizaron para enfrentar un fenómeno previsible, les parece que es mejor increpar a los que pudieran, eventualmente, tratar de evidenciar la forma en que actúan.
De fondo está otro tema profundamente delicado. Los jóvenes del país están extremadamente sueltos, porque no hay proyectos que los logren encauzar e ilusionar y, sobre todo, que los motiven a integrarse del todo en la sociedad. No basta con los programas sociales del gobierno, porque en el fondo, así como se les da dinero, al mismo tiempo hay pocas alternativas para que hagan cosas y para su futuro.
Lo que ha venido pasando en la UNAM es parte de lo que está sucediendo con los jóvenes. Están en las dificultades de la integración social, las secuelas de la pandemia y el muy inquietante futuro para ellos.
El jueves fue un exceso, pero había elementos para suponer que las cosas serían realmente difíciles.
Si quieren seguir enfrentando este tipo de manifestaciones pasivamente, planteando que sus “adversarios” quieren que repriman su diagnóstico está equivocado y es inútil, las cosas no van por ahí; presumimos que algo quiso decir la Presidenta con su prudencia, para hablar del caso.
RESQUICIOS.
Dirán que New York Times es neoliberal y nos quiere atacar. La nota en primera plana del sábado sobre las evidencias de corrupción y ostentación de la 4T es un llamado serio de atención; si no se han dado cuenta es porque ya están rebasados por ellos mismos.