- La prórroga ilegal entregada a Martín Aguilar carga con una caducidad
- Está en manos de la comunidad universitaria e, inevitablemente, en las de los jueces federales.
- Al corregirse a sí misma, la UV ofrece un ejemplo a seguir en la dignificación de la vida nacional.
Por Víctor A. Arredondo
«Los mentirosos se creen tan listos que olvidan que las mentiras tienen fecha de caducidad».
Dicho popular
Hay una parábola que está presente en distintas culturas desde tiempos ancestrales y se le conoce como “El rey desnudo”. La trama y moraleja contenidas en ese relato fueron rescatadas con adaptaciones al contexto castellano del siglo 14, por el Infante Don Juan Manuel en su cuento número 32 de la colección que tituló “El Conde Lucanor”. Cinco siglos después, en 1837, ese texto nuevamente contextualizado por el danés Hans Christian Andersen, sería ampliamente conocido como “El traje nuevo del Emperador”. El argumento en ambos relatos censura el apetito voraz de monarcas y cortesanos por mantenerse en el poder y buscar aprobación social dado que la tienen mermada. Es por ello que están dispuestos a asumir cualquier riesgo, como el de ponerse en manos de vivales que aprovechan su evidente fragilidad. Congruente con los tiempos medievales, el autor nacido en Toledo describe el desenfreno de los cortesanos por lograr el beneplácito del monarca, recurriendo a lambisconerías e invocando su linaje genético, fuera auténtico o ficticio. Y en el caso del monarca, mediante triquiñuelas para lograr la aceptación de su gente. Por su parte, la inventiva de Andersen, influida por la modernidad danesa del siglo 19, usa como argumento el prestigio que se obtiene cuando se cuenta con las destrezas requeridas para ejercer un determinado cargo. Por ello, en el relato de Andersen el monarca o los cortesanos que adolecen de tal capacidad, muestran un exagerado afán por fingir esas virtudes aunque sea a base de oscuras argucias impensables.
En ambos relatos, la inseguridad de la realeza y de los cortesanos sobre su legitimidad genética o sobre su habilidad personal para ejercer sus cargos, es aprovechada por supuestos sastres que, a precios alzados, ofrecen tejer vestimentas que sólo son visibles para los hijos legítimos o para los aptos; y desde luego, invisibles para quienes no cumplen con tales atributos. Los tramposos sastres parten de la premisa de que la inseguridad envuelve a monarcas, cortesanos y a la comunidad en general, por lo que anticipan que sus víctimas terminarán aceptando sus vestimentas ficticias, inexistentes. Dado que los monarcas no desean ser vistos como ilegítimos o tontos, caen en la trampa de aceptar públicamente lo maravilloso de su traje recién bordado, aunque sea ilusorio, inexistente. Lo mismo sucede con los cortesanos que prefieren engañar al monarca, confirmándole la magnificencia de su nueva vestimenta por temor a que los juzguen como ilegítimos e ineptos o a perder su cargo en la corte real. Y en cuanto al resto de la población, los sastres asumen que nadie se atrevería a afirmar públicamente, durante los actos oficiales, que el monarca no trae vestimenta por el temor generalizado a perder la cabeza. Sin embargo, siempre llegará el día en que algún inocente empiece a exclamar que el rey deambula desnudo, lo que disparará la valentía de la multitud y su clamor denunciante.
Esa vieja parábola vuelve a tomar vida trescientos años después en tierras veracruzanas. El anterior rector de la Universidad Veracruzana, Martín Aguilar, encontró pocos años atrás a dos sastres que le ofrecieron tejer un costoso “traje a la medida” con el que podría mantenerse en el poder (obvio, estamos hablando de la prórroga). Aunque esa vestimenta era invisible por ilegal, los sastres sabían muy bien que los cortesanos no rechazarían la existencia de ese magnífico vestuario: era la condición indispensable para seguir en sus cargos. Además, sastres y cortesanos podrían aprovechar la ausencia temporal de la población universitaria para manufacturar unas gafas 3D desechables (esto es, la propaganda oficial sobre la “legalidad” de la prórroga) que luego repartirían entre la comunidad para que pudieran admirar los desfiles del monarca con su nuevo traje. Desde luego, también aprovecharían ese lapso para preparar los patíbulos con los que cortarían la cabeza a quienes no aceptaran el nuevo traje de Martín Aguilar. Sin embargo, habrá que recordar que toda ficción se enfrenta a su propia realidad.
Las primeras advertencias sobre el engaño de los sastres tramposos tuvieron lugar antes de que se anunciara la exhibición del nuevo vestuario. Inmediatamente después, en el mismo taller donde se tejía el ilusorio traje, dos valientes mujeres mostrarían su valor, dignidad y ética personal al manifestar que esa prenda era falsa; con todo y que estaban seguras de la inminente furia del monarca y sus cortesanos. A ello se sumarían miles de expresiones públicas denunciando que el monarca deambula desnudo; lo que reanimaría la convicción en sectores crecientes de la comunidad universitaria que la realidad y la legalidad pueden imponerse a la ficción y a la trampa.
Quienes no vemos el ropaje ficticio de la prórroga nos preguntamos cuándo habrá un mínimo decoro en Martín Aguilar, los miembros de la Junta que ayudaron a bordar ese traje a la medida y entre directivos de la UV que deberían estar concientes de su papel en la genealogía universitaria y que todavía podrían corregir. Estamos hablando también del prestigio de Veracruz, una entidad federativa que ha sido líder de movimientos libertarios en el país y cuya máxima casa de estudios ha escrito páginas de oro en la innovación educativa y cultural de México. Hablamos de una institución que cuenta con una enorme diversidad de gente pensante, creativa, reflexiva, deliberativa y que nunca renunciará a documentar lo que hoy ocurre en su seno: un terrible intento de transgresión a su legislación, a su estabilidad institucional y a su honorabilidad ganada a pulso a lo largo de 81 años. Otra reflexión que deben hacer quienes impulsan esa grave transgresión es en torno a las consecuencias de sus actos que perjudicarían a todos, incluso a ellos mismos. Ante el agravio cometido a la legalidad, la UV perdería su brillo ante el sistema universitario nacional, ante la sociedad veracruzana y, por lo que se ha atestiguado últimamente, ante el poder público.
¿Cómo pretende Martín Aguilar continuar con su insultante pretensión cuando un sector creciente de la comunidad universitaria lo percibe con la dignidad manchada, sin capacidad para modelar los grandes valores implícitos en la formación universitaria?, ¿acaso no han pensado en el daño que le causan a estudiantes, académicos y al resto del personal de una universidad cuestionada por su incapacidad de auto gobernarse de manera honorable y transparente?, ¿estaría en condiciones la UV de atraer aliados, proyectos y financiamientos, mientras exista la duda sobre su pulcritud institucional?
La renuncia del tercer miembro de la Junta de Gobierno que debió designar al próximo rector conforme a los requisitos y procedimientos establecidos en la legislación universitaria, aunque tardía, muestra una vez más la truculencia de la decisión tomada. Ahora se sabe por allegados al tercero en renunciar, el Dr. José Franco, que hace meses había solicitado al resto de la Junta, como un principio de equidad elemental, que se entrevistara a representantes críticos de la prórroga otorgada para conocer sus argumentos. El vocero de la Junta, el señor Juan Manuel Pinos, no sólo no informó a la comunidad universitaria sobre esa petición, sino que hasta ahora, ha ocultado la renuncia del Dr. Franco ocurrida desde hace un mes. Esto significa otra insólita transgresión al propio reglamento de la Junta; lo que es insostenible para un órgano que se debe a la comunidad universitaria y cuya máxima autoridad es el Consejo Universitario General. La cascada de acciones irregulares de la rectoría y de la instancia que designa a quien ocupará ese cargo, es verdaderamente escandalosa, impropia de una institución pública que tiene como misión esencial la formación integral de las próximas generaciones.
A diferencia de lo que dijera altivamente el monarca del relato de Andersen “Hay que aguantar hasta el fin”, mientras sus cortesanos aparentaban sostener levantada la inexistente cola de su vestuario o la moraleja ímplicita en el cuento del Infante Don Juan Manuel que desnuda el engaño de los pillos, la comunidad universitaria de la UV, con el aval del poder público, habrá de enmendar el desenlace de un desastre que nunca debió haber sucedido y que será un paso importante hacia la dignificación de la vida nacional.