El viaducto de Xalapa y el mural
Por Mónica Mendoza Madrigal
El viaducto de Xalapa, ubicado en la parte posterior del parque Juárez, en el mero corazón de la capital del Estado fue planeado en 1973 y construido e inaugurado un año después y desde entonces, ha sido testigo de la vida de quienes residimos en esta ciudad o de quienes transitan por ella, un tanto como en la célebre canción sobre la Puerta de Alcalá, “ahí está viendo pasar el tiempo”.
Nuestro viaducto ha cobrado enorme notoriedad en los meses recientes, pero para ello hay que darse un brinco hacia atrás, a fin de entender más del proceso del que ha venido siendo protagonista.
Hacia 2018 el mundo fue testigo del surgimiento de un movimiento añejo en su existir pero nuevo en su manera de hacerse presente: el feminismo de la cuarta ola, éste cuya estridencia han encabezado principalmente las mujeres más jóvenes, las chavas, las morras, que se cansaron del miedo y del silencio y de las formas correctas de sus hermanas mayores que aguantaban la ofensa, o la mirada lasciva, o el apretón de pompa al pasar, por vergüenza o por mantener el puesto porque su jefe era “coqueto”.
Ellas hicieron en ese inolvidable año su aparición pública, sacando a la luz su hartazgo o lo que en nuestro código lingüístico llamamos “la digna rabia”, para no solo salir en manada a las calles, sino protestando con todo ese enojo que de tan contenido, salió haciendo ebullición y rompió vidrios y pintó fachadas y monumentos con glitter y hasta arrojó brillantina en la cara de los opresores.
Las formas “no gustaron” pero el objetivo se cumplió. Feminismo que no incomoda, no es feminismo. La cúspide que llevó a ello nos la sabemos hasta de memoria: feminicidios, violencias, despojos, golpes y humillaciones y una interminable serie de expresiones de un machismo tan acendrado, que se ofendió por las paredes pintadas y no por los cuerpos arrojados al basurero de niñas –sí, de la edad de muchas de las que encabezaban las protestas– que simplemente no conocieron aquello que las de otra generación disfrutamos: la noche sin peligros, la calle segura, el hogar que cobija, una escuela donde no tener que protegerse del acecho de los depredadores.
El #MeToo y las redes sociales fueron factores que se conjugaron para –al mismo tiempo– contribuir a la erupción de un movimiento que hoy ya es irreversible, imparable. El silencio no volverá, sino que la exhibición de quienes violentan y sus conductas sigue desterrándose de cada vez más espacios, hasta que no quede ninguno donde la omisión sea cómplice.
En Xalapa toda esa manifestación de iconoclastia se expresó en las paredes del viaducto, que se convirtió en el óleo de esa ignominia. La pasada administración municipal, desde el Instituto Municipal de las Mujeres, convocó y acompañó los trabajos para la elaboración de un gran mural que duró poco, porque pronto fue cubierto por las pintas. Dicen las Xalapeñas Ilustres que había más de 1000 nombres, lo cierto es que esas paredes daban cuenta de violentadores y agresores y de una realidad que sobrecoge: en su mayoría chicas muy jóvenes escribieron ahí los nombres de sus agresores pues son ellas las víctimas de noviazgos que duelen, amores que lastiman, maestros que acosan, jefes que humillan.
Las paredes interiores del viaducto estaban dañadas y había que hacer obra de mantenimiento, por lo que el viaducto fue pintado y ahí se abrió la polémica ante la propuesta de renombrarlo y llamarlo “La Viaducta” o generar otra propuesta. Para ello, desde la colectiva Unidas se convocó a que todas las organizaciones feministas que tuvieran propuestas para el nuevo mural, las canalizaran y además invitaron a participar en las mesas que desde hace un par de meses se llevan a cabo en el Ayuntamiento de Xalapa, con la participación del Instituto Veracruzano de las Mujeres y del Instituto Municipal de las Mujeres. Desde el Capítulo Veracruz de la Red de Mujeres Defensoras de la Paridad en Todo decidimos sumarnos a ese proceso de construcción colectiva, y como nosotras, otras organizaciones que ojalá hubieran sido más.
Desde el miércoles de la semana pasada se comenzó a pintar el nuevo mural. El miércoles integrantes de las organizaciones que hemos acompañado este proceso participativo de construcción para el nuevo mural nos hicimos presentes, acuerpándonos, abrazándonos, haciendo un ritual para ofrendar no unas paredes, sino un espacio público resignificado, dispuesto ahí ya como un tótem, como un símbolo de lo que ya no puede permanecer silente.
El proceso de elaboración durará un mes y se realiza todas las noches a partir de las 10. Es posible acompañar, cantar, llevar de cenar, llevar agua y sobre todo, no satanizar un proceso que no es solo de violencia sino que lo que busca es justo eso, dotarle un nuevo significado a una ciudad que hace mutis mirando hacia otro lado de lo que aquí ocurre pero que se indigna por unas pintas.
Determinar cuánto tiempo va a durar el nuevo mural es difícil saberlo. Ya con motivo del #28S unas morras fueron a hacer pintas y ahí viene la difícil pregunta: ¿Quiénes sí tienen derecho a pintar en las paredes del viaducto y quiénes no? Independientemente de lo que diga el alcalde cuya gestión está por concluir, va a ser bastante difícil evitar que las mujeres se apropien de este espacio simbólico.
Entender los procesos sociales es mucho más que ponerse a criticar lo que no se entiende.
Aquí se vierte una realidad que no solo amerita un análisis desde el género, sino también desde lo que viven nuestras juventudes. Leo muchos de los comentarios en redes del enojo –por cierto de mayoría de hombres– que son señores que desde la comodidad de sus casas y de sus computadoras, critican un proceso que claramente no entienden, con una mirada muy adultocéntrica de macho privilegiado.
Y mientras tanto, siguen reproduciendo violencias compartiendo posteos exaltando acosadores, siguen descalificando a mujeres con señalamientos misóginos, siguen haciendo mansplanning quitándonos la palabra o descalificando nuestro decir,
No ampliemos más las brechas que ya de por sí nos separan.
Las ciudades son espacios vivos, territorios que se apropian mediante procesos como éste. Ojalá que lo que generara más indignación fuera la violencia y no las pintas.