2 de octubre, un pasado que nos reclama en el presente

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Por Sandra Luz Tello Velázquez

El 2 de octubre es una fecha que nos exige recordar. Por eso, cada año un ritual no escrito recorre las avenidas y plazas, particularmente en el centro del país. Los titulares de los medios informativos y de opinión llenan las páginas, las voces se alzan, los pies marchan, los discursos nos traen a la memoria un pedazo de la historia de México que nos indigna.  Se escucha: ¡2 de octubre, no se olvida! Pero, en realidad, ¿qué permanece? ¿Qué memoria se cultiva, cuál es el olvido que se tolera, qué verdades se silencian? A casi seis décadas de los hechos en Tlatelolco, las interrogantes son tan relevantes como urgentes.

En “La necesidad de limpiar la memoria del 2 de octubre”, Luis González de Alba señala que la historia oficial y la memoria colectiva han sido tensadas hasta el punto de convertirse en un relato simplificado: “mataron a muchos”, “el Estado reprimió” son frases que resuenan porque encierran múltiples verdades mezcladas con sombras, omisiones y silencios. En su libro, González de Alba exige purificar lo sucedido en esa fatídica fecha,  hay que distinguir lo que es cierto  de aquello que se utiliza como pretexto sin sustento para atacar al sistema, para saber que la reconstrucción de hechos tiene una intención de fondo, sin embargo, la verdadera razón debería ser enfrentar lo que esa fecha nos exige en el presente.

Por otra parte, Carlos Fuentes, en su carta del 4 de octubre de 1968, alertó sobre lo que ese pasado desenterrado significaba: síntoma de una recurrencia violenta, de un trecho sin cicatrices donde la brutalidad del Estado, la indiferencia ciudadana y la rendición intelectual convergen. Carlos Fuentes, hace una analogía entre el México de Díaz Ordaz con la imagen del traidor representada en Victoriano Huerta, definido por el silencio obligado por el abuso de poder y la costumbre de enterrar voces bajo el polvo de la omisión.

¿Por qué mantener vivo el recuerdo del 2 de octubre? Una respuesta inmediata es porque aún late la impunidad, las altas esferas no han saldado las cuentas completas, porque los abusos de poder permanecen veladamente o de manera evidente, no hay quien adquiera responsabilidades políticas, militares y hasta mediáticas. Hay actores públicos que, por acción u omisión, siguen sin responder ante la historia. Y cuando la impunidad alcanza el tamaño institucional que permanece en México, su sombra modela el presente;  los abusos, las desapariciones, las violaciones a derechos humanos encuentran el escenario perfecto, un espejo para ensayar su continuidad.

Finalmente, la verdad importa, porque no se trata únicamente de un acto de la memoria, sino del cimiento de la justicia. Es insuficiente repetirnos que lo ocurrido no vuelva a pasar; es fundamental comprender cómo sucedió, quiénes fingen ignorancia, quiénes silenciaron y quiénes han legitimado ese silencio. González de Alba lo advirtió: no saber qué es lo que no se olvida es un lujo peligroso.