Tapaos los unos a los otros

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Por Martín Quitano Martínez

 

Un pueblo que elige a corruptos, impostores, ladrones y traidores no es víctima, es cómplice.

George Orwell

 

Al final resulta que nadie sabía nada, de las acciones de los involucrados en sucesos que ahora se presentan como verdaderos escándalos de corrupción y componendas mafiosas. Al menos eso dicen los que se presume deberían haber contado con la información suficiente para tomar decisiones que impidieran y sancionaran dichos actos.

Los niveles de suciedad, la amplitud de los implicados y las complicidades requeridas para establecer en los últimos 6 años la macrored criminal que se ha presentado, conlleva a asumir que dicha estructura no pudo haberse establecido sin las acciones concertadas al más alto y primerísimo nivel, con el conocimiento de quienes tuvieron los controles y el poder para actuar dolosamente o no hacer nada.

Los niveles de corrupción que ahora conocemos más abiertamente, se establecieron en los años del pasado reciente, haciendo palidecer los delitos de malversación y tráfico de influencias que los llamados “neoliberales” nos dejaron como muestras, y que con razón han sido tan fuertemente señalados por todos, en particular por el nuevo grupo gobernante.

La magnitud del oscuro e ilegal manejo discrecional de recursos públicos y acciones de gobierno, la desvergüenza entre el decir y el hacer de la “honestidad valiente”, queda ya en nuestra historia presente y futura, como un gran y ofensivo gesto grotesco de la política mexicana de representaciones y liderazgos desvergonzados y cínicos

Las evidencias, el conocimiento de investigaciones oficiales, las denuncias públicas hechas por funcionarios ahora y apenas hace unos años, el señalamiento de escandalosos comportamientos de la nueva y supuestamente diferente clase política, que devino a nueva mafia en el poder, refiere un reto para la  continuidad de un “movimiento” que gobernará, dicen, por mil años, pero también es un reto de forma inmediata para dar estabilidad al presente ejercicio gubernamental, acorralado por sus errores y circunstancias, que reclama una necesaria limpia con los costos que ello conlleve.

Ahora, hoy por hoy, sin embargo, no quedan claros los elementos para suponer la decisión de limpiar y sancionar. La retórica presidencial, replicada en estados igual de descompuestos por la corrupción, se plantea en la cobertura de los suyos, aunque se declare “que no se encubrirá a nadie”.

La aplicación de la ley, que ahora se dice, es la ley, no se mira cercana para establecer y mucho menos profundizar en las investigaciones procedentes. Aunque se dice “que se llegará hasta las últimas consecuencias”, esto podría traducirse en la “benevolencia” de retirarlos del debate político, o sea, un nuevo encuadre político, solo benéfico para quien ahora gobierna.

El mantra que predomina es el “tapaos los unos a los otros”, con el cual, los tufos de la impunidad cubren el conjunto de arbitrariedades, robos, complicidades e incompetencias que saltan por todas partes, un día sí y otro también.

Los discursos y las campañas de protección y apoyo a sus líderes, resultan no solo ofensivos, sino que muestran que, hasta ahora, quien manda ha decidido que todo debe seguir sin mayores tropiezos, entregando peces menores. Que la simulación se establezca y cubra a quienes deba de cubrir, empezando por la familia real, y con ello se garantice la cobertura y la continuidad de una “transformación” sostenida sobre los peores comportamientos.

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