País de tragicomedia

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Por Uriel Flores Aguayo

Tengo la impresión de que la mayoría de los mexicanos viven con poca o nula información de la vida pública en nuestro país. No se interesan en general de los asuntos políticos, por ejemplo. Su aprecio por la democracia y el estado de derecho es mínimo. La sociedad va por una vía y la clase política por otra, la exclusiva. No somos un país normal. Dominan la violencia y el miedo. Podemos ser omisos o testigos silenciosos de hechos graves que ponen en riesgo nuestra vida, sin decir nada y sin hacer algo.

El Estado nacional no cumple con su función principal: la seguridad. Sin esa tarea cubierta a plenitud, todo lo demás se pierde. Junto a la seguridad, serían la salud y la educación, en el modelo e historia mexicanas, con la justicia, los pilares del papel del Estado. Todo lo demás es asunto de visón y creatividad, pero resulta accesorio. Si el Estado no cumple con lo básico, se vuelve ineficaz, inútil o fallido. Sin el predominio de las leyes pasamos a vivir en la ley de la selva, donde impera el poder del más fuerte. En esas andamos.

No somos un país normal, aunque finjamos o ni siquiera nos demos cuenta, con la violencia normalizada. Tanto aparato gubernamental y tantas fuerzas armadas para vivir sin servicios adecuados y con miedo. La delincuencia es poderosa e impune, impone su ley, pasa sobre la sociedad y los gobiernos. Hay mil casos y ejemplos que muestran la ausencia de gobierno, parcial o total, desde las fallas de infraestructura, la falta de medicinas y los múltiples actos delictivos que van de los robos a los secuestros y los asesinatos. Ver todos los días las matanzas contra policías y ciudadanos, en la luz del día y en vías públicas muestra un país en descomposición. No es justo. Carreteras peligrosas, centros turísticos peligrosos, robo de gas y gasolina a nivel industrial, desaparecidos, políticos convertidos en delincuentes o a la inversa. Mal tiempo para México.

Al final perdemos todos: la ciudadanía se abstiene casi de todo y los gobiernos se dedican al auto consumo, al elogio mutuo y al derroche. Andamos tan tranquilos, como si todo fuera normal. No lo es. No lo merecemos. Si un pequeño porcentaje de los funcionarios y representantes cumplieran en lo básico con sus obligaciones, otra historia escribiríamos. No lo entienden o simulan, y tampoco se ver presionados por la ciudadanía, que tiende a la apatía.

Los partidos políticos en general hacen política para sí mismos, no cumplen con su papel legal y social, ni se involucran con los grandes asuntos sociales ni son escuela democrática. La clase política en general es tradicional, hace una política de fachada y dedica su tiempo para sí misma. Es parte del problema, no la solución. Otra cosa es su condición repelente a la cultura y a un ambiente intelectual; no leen, no escriben, no debaten y tampoco portan ideas. Son un cuello de botella. Y mal ejemplo. Para no hacer casi nada y contar con privilegios, motivan a que muchos quieran ser como ellos.

Nos instalamos en un círculo vicioso: malos políticos y problemas sin resolver. Asuntos que se quedan a medias, responsabilidades que no se atienden, funcionarios que no se enteran de nada, legisladores que no hablan ni cumplen, partidos cascarón y aparato público costoso e inútil.

Este alegato es realista, no contiene amargura, sé que tenemos problemas estructurales que no se resuelven rápido, y que no será pronto cuando se encuentren alternativas. Llevará mucho tiempo ser un país normal, con una sociedad fuerte y gobiernos útiles. Aquí no importan el color o los discursos, la política que se requiere es de apertura, inclusión, capaz, compromiso y visión. Eso se podría encontrar en cualquier fuerza política si son autocríticos y dejan de verse el ombligo. Es necesario armar menos teatros políticos y hacer lo correcto. Esa debe ser la bandera ciudadana.

Recadito: ya falta poco para la llegada de una nueva administración en Xalapa. Que sea para bien.