El laboratorio del autoritarismo electoral
Por Aurelio Contreras Moreno
Veracruz se ha convertido en una suerte de laboratorio. Uno en el que se ensaya, a prueba y error, el renacido autoritarismo electoral que, por obra y gracia de la autoproclamada “cuarta transformación, nos han traído de vuelta al país tras tres décadas de fallida transición a la democracia.
Lo que hemos visto en las últimas semanas son tentativas para establecer fórmulas que lleven a revertir resultados, despojar triunfos e imponer derrotas a la conveniencia de quien tenga el poder, o de quien cuente con los recursos para disputarlo.
Eso es posible porque las pocas instituciones que quedaron en pie tras el cataclismo obradorista son débiles y fáciles de someter, gracias también a una sociedad fragmentada y todavía bastante alienada por la propaganda y el clientelismo, misma que ha permanecido pasiva frente a la destrucción sistemática de los contrapesos que le dieron viabilidad a las diferentes alternancias políticas que hoy, con la reforma electoral en puerta, están por convertirse casi en algo del pasado.
Lo ocurrido particularmente en el municipio de Poza Rica es la confirmación de que el partido en el poder, Morena, está dispuesto a arrebatar lo que no obtuvo en las urnas con toda clase de trampas y artimañas, y que el voto popular es visto como un accesorio que puede ser modificado en la mesa, en la bodega, de madrugada, en las sombras.
También, que la lucha por el poder cada vez más será como solía ser en las épocas anteriores a la transición: entre grupos antagónicos de una misma franja política. Porque aun cuando contendió por Movimiento Ciudadano en la elección municipal de Poza Rica, Emilio Olvera proviene de Morena, donde simplemente no fue elegido para la candidatura porque es aliado del senador Manuel Huerta Ladrón de Guevara, el principal adversario de la gobernadora Rocío Nahle y su cuadrilla. En realidad, es más de lo mismo.
La debilidad e inocuidad de lo que aún se considera como la oposición partidista está convirtiendo las elecciones en una mera lucha entre facciones del mismo partido gobernante, que usan los membretes de otros institutos políticos para promover y sostener sus ambiciones, pero que no representan, en los hechos, nada realmente diferente.
Mientras no se dé una verdadera renovación, un relevo en las figuras y líderes opositores, esos partidos dependerán de lo que puedan cachar –que cada vez será menos, porque están desgastados como marcas ante el electorado- y se diluirán, hasta ser meros satélites del partido hegemónico o de plano integrarse con éste. No se ve que se estén dando pasos en la dirección que se necesitaría.
Junto con lo anterior, tenemos organismos electorales que han dejado de ser –si alguna vez lo fueron- árbitros medianamente confiables y que en cambio, responden en función de los vaivenes de quienes se empoderan por un tiempo, durante el cual, sin escrúpulo alguno, intentan pisotear la voluntad popular si ésta no les es favorable. No como un accidente, sino como un método.
Lo que ocurre en Poza Rica y Papantla –y a punto estuvo en Boca del Río- no es solo un problema electoral. Es un síntoma de la erosión de la democracia que se aprecia ya con bastante claridad y en la que en Veracruz se experimenta con vías a probarla a nivel nacional.
Morena llegó al poder con la promesa de limpiar el sistema. Hoy, lo ensucia con las mismas prácticas que antes condenaba. Pasó del “voto por voto” al “voto robado”. De la “defensa del pueblo” a la imposición de partido. Y Veracruz es el espejo donde esto se refleja de manera diáfana.
Por cierto, ¿en Movimiento Ciudadano habrán tomado nota de que jugar al “tonto útil” del morenato no les garantiza nada?
El garrote autoritario de Martín
Arrinconado, desprestigiado, necesitado de apoyos dentro y fuera de la institución, Martín Aguilar Sánchez ya no sabe qué inventar para simular que todo está bien, que la Universidad Veracruzana no está en crisis y que él es el único que puede guiarla.
Pero lo que reflejan sus actitudes y palabras es lo contrario. Porros que irrumpen en instalaciones universitarias para arrancar de las paredes las manifestaciones de repudio en su contra, acoso laboral a estudiantes, docentes y trabajadores para que se sometan y no protesten. Y ahora, amenazas abiertas.
Durante el “show” de la semana pasada en la zona universitaria, que se autodedicó para aparentar apoyo de la comunidad, le salió la vena autoritaria a flor de piel: afirmó que las acciones de los tres exrectores involucrados en el movimiento contra su ilegal prórroga –como si fueran los únicos en oponerse- “ya rebasan la libertad de expresión”.
¿Desde cuándo disentir constituye una transgresión? Así el rector que dice que “defiende” los “derechos humanos”. A ver hasta dónde es capaz de llegar. De lo que claramente no es capaz, ni tiene autoridad alguna ya, es de encabezar a la Universidad Veracruzana.
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