Corrupción y cinismo

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Por Martín Quitano Martínez

 

Cuando no tomas una postura en contra de la corrupción, tácitamente la apoyas.

Kamal Hassan

El colapso es terrible, como lo es salir en público a insistir en que son diferentes respecto del pasado corrupto y arbitrario. Se derrumban penosamente sus frasecitas hechas como colofón de los discursos malogrados del grupo en el poder. El Titanic moral en que navegan los que se ufanaban de la “revolución de las conciencias” ha sido perforado por poderosos icebergs internos, que lo hunden en un miasma repleto de acciones y quehaceres sobre el que flotaron, mintiendo reiterada y cínicamente sin rubor alguno.

Los sucesos de actualidad dejan hechos girones los ropajes de “honestidad valiente” con los que embozaron su ruindad, personajes que al llegar al poder mostraron las deformidades que ocultaban. Ahora se descubren los rostros descompuestos que tapaban las máscaras de pureza, desbordadas ante el cúmulo de evidencias, de hechos, que en la opacidad y el control institucional legal y no legal, generaron enormes nichos de corrupción que ahora mismo ponen en jaque la viabilidad del gobierno transformador.

Las dimensiones del desfalco descubierto alrededor del denominado “huachicol fiscal” son gigantescas y es por ello tema central, nodal, para la discusión pública, para la toma de decisiones de un gobierno que, según los datos mostrados, parece hundirse entre sus compromisos y “lealtades” o marcar efectivamente la distancia y la autonomía que se requiere para enfrentar lo sucedido en seis años, en los que se rompió cínicamente con la triada fundacional de quien debe ser revisado con la fuerza de la ley y la justicia, esa que tanto proclama la presidenta que se hará.

“No mentir, no robar y no traicionar” como efecto tapadera de las acciones contrarias. Porque lo ahora mostrado con el “huachicol fiscal” como el mayor caso de corrupción nunca visto, deriva de una planeación criminal de largo alcance, en donde se incluyen la política institucional de resguardo y complicidad conocida como “abrazos no balazos”, que significó la omisión de acciones de seguridad en territorios negociados con permisos para delinquir. Mentir, robar y traicionar las esperanzas de millones, es el recurso narrativo que sigue siendo refugio de la desvergüenza.

Por ello debe cuestionarse la continuidad de la actual clase política en los rieles de lo dictado desde el pensamiento dominante del sexenio pasado. Es demasiada la descomposición mostrada como para cerrar los ojos, para seguir negando y mostrando el desprecio por las evidencias. Los otros datos, otrora salida del cinismo, ya no alcanzan.

Para la presidenta, la disyuntiva ante los problemas que enfrenta su gobierno no puede seguir siendo negar la realidad, ni asumir que antes que líder y jefa del Estado mexicano, es militante y leal seguidora del “mesías”, y que por eso no habrá golpe de timón y enfrentará la oposición interna y las presiones externas. Su frase “hasta donde tope”, hasta el momento es un lugar cercano que encubre y protege a sus correligionarios en pactos de impunidad y complicidad.

La pérdida de legitimidad política es cada vez mayor, al continuar en soliloquios excluyentes y de lejanía, rompiendo con ello los principios democráticos. A contramano, como cabeza visible de un grupo gobernante, consolida procesos autocráticos con los peores comportamientos y alianzas, convirtiéndose en el modelo de todo aquello que tanto señalaron y que ellos mismos han profundizado.

Los días correrán e iremos viendo las acciones y las decisiones alrededor de los profundos problemas nacionales, que enfrentan una etapa de mayor crisis ante el modelo vendido sobre las promesas éticas y morales que desaparecieron al ritmo de la ruptura institucional, de la destrucción de contrapesos, de la entrega de espacios de acción pública a las fuerzas armadas y con ello la militarización que siguen negando. Las evidencias ponen en jaque al último recurso de contención institucional, involucrado y manchado por mandato presidencial.

DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA

Los 15 mil millones de pesos robados en Segalmex, son morralla ante los 500 mil millones y contando del “huachicol fiscal”. Son la corrupción y el cinismo, mantras de la autodenominada “cuarta transformación”.

 

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