Quebradero

Share

Un buen riesgo

Por Javier Solórzano Zinser

Por más lealtad y reconocimiento que le guarde la Presidenta a López Obrador, sabía y sabe que en materia de seguridad tenía que cambiar las cosas. No hay necesidad de que lo diga en voz alta, porque en los hechos se están viendo los cambios.

Uno de los problemas que está enfrentando es que en la medida en que avanza su estrategia van quedando en evidencia elementos de lo que se hizo en la pasada administración. No es sólo el tema de abrazos no balazos, en el fondo está una estrategia que cambia forma y fondo de muchas de las cosas que se vivieron y se omitieron en el pasado sexenio.

Debido a la simbiosis que existe entre la Presidenta y su antecesor no está fácil enfrentar una situación como está. López Obrador aseguró en innumerables ocasiones como candidato que regresaría a las Fuerzas Armadas a los cuarteles, y que además acabaría con la inseguridad.

No pasó ni una cosa ni otra, más bien todo se agudizó. Se pensó que con los militares en diferentes áreas administrativas se acabaría la corrupción, lo cual se ha visto que no es así. En el caso del huachicol nos hemos metido en un laberinto del cual es difícil salir.

Algunos personajes señalados son elementos clave en la estructura de la Marina, lo que lleva a que difícilmente sus actos podrían pasar por alto al interior de la dependencia.

Lo que está pasando es un golpe significativo a las estrategias de López Obrador, las cuales tenían como una alternativa real a las Fuerzas Armadas para enfrentar los principales problemas del país, particularmente la seguridad y la corrupción.

La Presidenta ha ido tomando otros caminos. Ha tenido particular cuidado en referirse lo menos posible en esta materia a lo que se hizo en la pasada administración. Últimamente el reconocimiento al expresidente pasa por otros lares, más que por los temas de seguridad y corrupción.

Claudia Sheinbaum no tenía otra alternativa que darle un giro a la estrategia de seguridad. Es el tema que más abruma al país, así está reconocido en todas las encuestas sobre la evaluación del Gobierno, lo que incluye los últimos tres sexenios y lo que llevamos de éste. A la distancia queda la impresión de que en el pasado sexenio lo que se terminó haciendo fue patear el bote, en medio de una narrativa que terminó siendo contradictoria, aunque en su momento parecía efectiva y real.

Uno de los factores clave de este proceso tiene que ver con la llegada de Trump a la Casa Blanca. Sus presiones y exigencias obligaron a ofrecer respuestas, independientemente de que algunas cosas que se han hecho se hubieran llevado a cabo de cualquier manera.

Trump cambió algunos de los paradigmas en seguridad. La Presidenta se vio obligada a responder. No se puede entender de otra manera el envío a EU de 51 personajes ligados a la delincuencia organizada quienes estaban en cárceles mexicanas. La otra gran paradoja fue que Trump no le concedió la importancia que tiene para nosotros, terminó por decir “me quieren poner contento”.

Uno de los interesantes riesgos que está corriendo la Presidenta es que la nueva estrategia está colocando en evidencia no sólo la política del pasado sexenio, sino también las complicidades entre la política y la delincuencia organizada y los hechos de corrupción.

El caso del huachicol fiscal puede alcanzar a muchos personajes cercanos al pasado sexenio, lo que incluye todo lo que ha pasado y pasa en Tabasco y que sigue pendiente.

Difícilmente todo esto le pasa de largo a la Presidenta. Hasta ahora ha sabido lidiar con ello, pero presumimos que tarde que temprano las investigaciones sobre este tema y otros salpicarán a más de alguno de la pasada administración; la Presidenta está corriendo un buen riesgo.

RESQUICIOS.

En medio de los vericuetos que se tienen que hacer con el presupuesto, es entendible tapar hoyos e impulsar proyectos de desarrollo. Sin embargo, hay que preguntarse por qué disminuye el presupuesto en salud, educación y cultura, ejes de cualquier sociedad.