El poder y la locura

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Por Uriel Flores Aguayo

Merece mucho espacio para pensarse si el poder por sí mismo lleva a la locura, si eso depende de su grado o alcance, o si es la locura la que conduce al poder desenfrenado, exaltado y criminal.

Tomemos el ejemplo de Hitler, para intentar alguna explicación del tema: la pregunta sería si fue su personalidad la que lo llevó a construir un régimen de terror y provocar una guerra mundial. Con todo y ese tipo de personalidad singular, de sicópata, requirió un grupo afín, que pensara igual que él y le ayudara a organizar un partido de masas para los fines demenciales que tenían. Los Nazis partían de la superioridad racial y definieron como sus enemigos a los judíos, los gitanos, los comunistas, etc. La historia muestra que ese tipo de personajes siempre necesitan construir un enemigo. Stalin, el otro monstruo, se inventó fines idílicos de la superioridad del colectivo, de los soviets.

Ambos, Hitler y Stalin, junto a Mao, son el modelo máximo de líderes extremistas y opresores, con tendencias genocidas. No dudaron en ordenar el asesinato de millones de personas. El fascismo fue derrotado por la guerra y, como tal, no se ha podido recuperar aunque haya algunas fuerzas políticas que, desde la marginalidad, lo reivindican. El comunismo duró más en tanto fue parte de la coalición internacional que aplastó a Hitler. La URSS dominó una franja grande del mundo hasta desplomarse desde la caída del muro de Berlín. El comunismo chino derivó en un capitalismo de Estado con un notable éxito. Del viejo e inviable modelo soviético sobreviven el dictador Putin en Rusia, y sus descontinuados herederos en Cuba y Venezuela.

Es asombroso lo que puede resultar de una manera de pensar o, más bien, de una personalidad tan especial como la que han tenido y tienen ciertos liderazgos: megalomanía, narcisismo, mesianismo, sicopatía y necesariato. No dudan en hacer obras faraónicas, se aferran al poder y suelen reprimir. Pueden vestirse con los colores o discursos que sea, pero lo importante para ellos es su control del poder. Su ejercicio tiene algo de locura y otro tanto de misticismo. Alejadas las identidades primarias, de cierta ideología clara y definida, que derivó en vulgar propaganda, andan a la caza de rasgos de identidad para ofrecer una narrativa que los muestre distintos y originales. Es curioso verlos hurgar en la historia en búsqueda de héroes, pueblos y etapas para anunciar continuidad.

Así como se pregunta uno qué fue primero, si el huevo o la gallina, también surge la interrogante sobre el poder y la locura, en el sentido de los líderes con personalidad carismática que ejercen poder absoluto y eterno; es la personalidad determinada lo que define al poder de ese tipo o es éste el que genera personajes extravagantes y dictatoriales. Sobre la mesa están esas dudas y requieren respuestas. No es únicamente un asunto intelectual, también es político y ciudadano. Es cuestión de la sociedad y las masas. Se vuelve complejo observar esos fenómenos, pero más superarlos. Los poderosos de las arreglan para mantenerse en el poder: adoctrinan, controlan, regalan y reprimen. Su permanencia camina en sentido contrario a la prosperidad y las libertades. Lo sano es la crítica y la distancia con todo tipo de idolatría política.

Recadito: urge que el gobierno estatal trabaje en el transporte público en Xalapa.