Genocidio, guerras, integrismo y adicción al poder

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Por Uriel Flores Aguayo

El genocidio del criminal gobierno Israelí contra los palestinos de Gaza y la invasión Rusa a Ucrania son los mayores horrores que están ocurriendo en el mundo. Somos testigos de la barbarie de un dictador y un fanático. En menor medida, México pone su cuota de deshumanización con los desparecidos, ejecutados y enterrados en fosas clandestinas. En todos esos casos no se respeta la vida y se utiliza la violencia como medio de control y expansión.

En los casos internacionales las justificaciones son endebles y cubiertas de propaganda. En realidad no tienen razón para invadir y asesinar. Tan terrorista es HAMAS como el gobierno israelí. Putin, “zar” de Rusia, viola toda norma internacional y pasa por encima de otro país. Entre los grupos palestinos armados y los israelís hay una conexión y un círculo vicioso: se atacan violentamente y aspiran a desparecerse mutuamente; no importa quien dé el primer golpe, el otro va a responder y así, sucesivamente, hasta el infinito. La coyuntura actual es culpa inicial de HAMAS, que provocó una respuesta genocida del gobierno israelí.

El problema con esos grupos terroristas es su fanatismo mesiánico: quieren mártires y sacrifican a su pueblo con consignas religiosas. Son integristas: no dialogan, no razonan, no respetan la vida y son suicidas. Incluso celebran las atrocidades israelís como prueba de una supuesta misión.

Lo de Putin, dictador con veinticinco años en el poder, es una locura e intento de un desfasado imperialismo. Su gasto de guerra tarde o temprano le pasará la cuenta en estabilidad de su gobierno. Golpea a un país pequeño y con desventaja militar, abusa y actúa con crueldad. Él y Netanyahu, merecen el desprecio del mundo libre y de la gente de buena voluntad. No debemos normalizar el genocidio y la guerra. Sin concesión alguna a estos criminales que algún día deben comparecer ante la justicia. Los integrismos se tocan, igual que los extremos se tocan. No contienen ideología, son asunto de poder (adicción) y de delirios de grandeza con dosis de mesianismo. Su propuesta es la barbarie y la veneración de ídolos de barro.

El tema de la adicción al poder es más extenso. Es parte de la forma de gobierno en varios países, cubierto de los colores y nombres que se quieran. Un caudillo o autócrata, con un grupo selecto alrededor, se inventa un discurso justiciero e intolerante -desprecio al otro- para eternizarse en el poder. Su perpetuación en el poder combina con falta de libertad, pobre desarrollo económico y degradación de la democracia. Eliminan las elecciones o las vuelven una caricatura. Ya no son gobernantes humanos, son santos, por tanto infalibles y perfectos. No alcanzan niveles integristas pero lo sueñan y hacen lo posible por difundir una especie de ideario totalitario. Sus invocaciones del hombre nuevo o el pueblo sabio chocan con la realidad, con la condición humana, que es como es.

Ni el adoctrinamiento, ni la propaganda, ni el culto a la personalidad inciden mayormente en la personalidad de la gente, de la ciudadanía. Ese tipo de integrismo es hueco y produce doble moral porque no corresponde a la realidad de las personas. El ejemplo cubano es de lo más claro y cruel. Un caudillo y su grupo se atornillaron en el poder con ideas vetustas y un sistema anulado desde sus países de origen con consecuencias terribles en su pueblo. Su adicción al poder y sus crímenes los impulsa a no oír y mucho menos cambiar. Eligen el hambre y martirio de su sociedad a soltar el poder. La isla cubana es una cárcel. Solo desde la más inverosímil ingenuidad o el más vil cinismo se puede seguir apoyando al criminal gobierno cubano. A lo triste de ideas absurdas y proclamas demagógicas hay que oponer las razones, la alegría y la libertad.

Recadito: de extraordinario nivel el Foro organizado por el MOPI.