Quebradero

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Entre hacer panes y debatir

Por Javier Solórzano Zinser

Más allá del lugar común de que las instituciones tienen que ser revisadas y renovadas, el INE merece un gran debate y en el camino una transformación que cumpla con las demandas y evolución de la democracia representativa.

López Obrador desde siempre trajo en la mira al instituto. Tenía sus singulares motivos en función de la elección del 2006. El papel del Gobierno fue definitivo, la autoridad electoral terminó por reconocer que no tenía elementos para sancionar a Vicente Fox por el papel que jugó en favor de Felipe Calderón.

A pesar de ello, el entonces IFE cumplió con todos los elementos a su mano para desarrollar las elecciones, las irregularidades fueron externas al Instituto sin dejar de reconocer que faltó voluntad política para tomar decisiones que bien pudieron profundizar el análisis de la elección.

López Obrador no reparó en el importante papel que jugó el INE en su triunfo en el 2018. El Instituto hizo su trabajo, independientemente de la contundente, victoria del tabasqueño. Como fuere, el INE fue, sistemáticamente, bombardeado por la narrativa presidencial y por todos aquellos que militantemente seguían, y en muchos casos siguen, al expresidente.

Al INE le urge una transformación. La merece para fortalecer nuestra democracia, pero también es evidente que se ha creado una narrativa para cambiarlo y para hacer las cosas a imagen y semejanza del Gobierno y su mayoría.

Al igual que ha sucedido con otras instituciones, López Obrador se dedicó a lo largo de sus casi seis años de gobierno, a despotricar en contra de ellas con un discurso ideologizado más que con elementos para fortalecerlas. Lo que quería, como lo hizo, era deshacerse de organismos autónomos que eran parte del equilibrio social y político de la sociedad fundamentales para el desarrollo de la democracia, la transparencia, la rendición de cuentas y la lucha contra la corrupción.

En medio del austericidio, más que la austeridad, cualquier instituto que estuviera a la mano era motivo de crítica y de su inminente desaparición. La mayoría en el Congreso aprobó todo lo que le llegaba con tal de empujar el proyecto de López Obrador, sin que de por medio se presentase la más mínima reflexión o análisis de las cosas; era como hacer panes.

La reforma electoral va a ser el punto final del proyecto de la llamada 4T, bajo el lugar común es la cereza del pastel. Por todo lo que ha sucedido a lo largo de estos años se vienen días muy complicados, no vemos un ánimo de discusión abierta.

Su pasado los condena. Estos días hemos visto lo que se ve venir. En el análisis de la elección del Poder Judicial, el INE ha tomado una serie de decisiones confusas. Hasta parece que lo hacen para poner en evidencia al instituto ante el Gobierno y la mayoría.

Repartieron multas por doquier a las y los ministros que resultaron ganadores argumentando que los acordeones habrían jugado algún papel para la precaria participación ciudadana. En contraparte, el TEPJF, de plano, pasó por alto los acordeones en una decisión acorde al papel que ha jugado en los últimos asuntos que le han correspondido.

Lo que se juega con la reforma electoral es el futuro de la democracia. Ha costado mucho trabajo llegar hasta donde estamos, sin duda ha habido muchos problemas, pero no por ello podemos menospreciar el avance democrático del país.

Si quieren una reforma electoral de largo alcance en vías a desarrollar un proceso democrático y representativo, el Gobierno y su mayoría tendrán que escuchar a todos y no sólo eso, deben atender con seriedad las propuestas que se hagan.

No se puede ser optimista. Ojalá en esta ocasión el pasado inmediato no los condene.

RESQUICIOS.

Si no se deja de hablar de los viajes es porque muy probablemente se metieron en el radar ciudadano. La narrativa de estos años los tiene entrampados, a lo que hay que agregar que todo indica que hay fuego amigo y que cada vez que los viajeros hablan se vuelven a poner la soga.