Quebradero

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De lo resolvimos a los decomisos

 

Por Javier Solórzano Zinser

 

Independientemente de los recientes hechos que tienen como centro presumiblemente a la delincuencia organizada y a la política, la constante en la vida del país es desde hace mucho tiempo, la presencia de los cárteles de la droga como factor que irrumpe de manera atemorizante y violenta.

Es cierto, como argumenta por momentos más como autodefensa que como definición el Gobierno y Morena, que el país trae una herencia enquistada por la fuerza e influencia de los cárteles. Cualquier estrategia que enfrente este escenario requiere de esfuerzos mayores, de servicios de inteligencia, de estrategias nuevas que pasen por las policías y, sobre todo, se requiere de tiempo, consistencia y constancia.

Las historias desde los 60 han mostrado cómo los cárteles han venido dominando los espacios y van paso a paso convirtiéndose en un actor fundamental de la vida social, económica y política del país.

No dudamos de la voluntad de muchos gobiernos para enfrentar este fenómeno. El problema ha sido su estrategia, pero, sobre todo, el hecho de que se haya creado un nexo perverso entre la autoridad y los delincuentes. A esto sumemos, que cada vez es más recurrente el apoyo que ofrecen los cárteles a candidatas y candidatos y terminan imponiéndolos.

Aparece de manera paralela, como uno de los grandes problemas, el insaciable consumo de drogas en EU, lo cual sólo puede ser entendido con base en los mecanismos de distribución de la droga internamente.

El reciente libro de J. Jesús Esquivel, Los Cárteles Gringos, Ed. Grijalbo, muestra de manera fehaciente cómo al interior de EU existen cárteles de la droga y procesos de distribución, los cuales son intocados y no se habla de ellos.

Se ha creado una narrativa, dice Esquivel, que ha llevado a señalar únicamente a los cárteles mexicanos, lo cual resulta redituable para las acusaciones contra nuestro país. En buena medida en esto se está sustentando el discurso de Trump y sus acusaciones contra México.

Lo que ha venido pasando en los últimos años en el país ha evidenciado que particularmente en el sexenio pasado no hubo avances que pudieran mostrar que se estaba atacando el problema bajo una estrategia efectiva. Es claro lo que ha pasado durante décadas, pero también es claro que en el proceso de campaña presidencial de López Obrador se presentaron diagnósticos sobre la violencia en México y se aseguró que se tenía el antídoto para enfrentarla.

Sin embargo, la tasa de mortandad por hechos violentos creció concentrándose entre los jóvenes, quienes, ya sea por voluntad propia o a fuerza, se integraron a la delincuencia organizada. El problema que tenemos, ciertamente, es de muchos años la cuestión es, lo cual es vigente para la presente administración, si estamos haciendo lo que se debe en todo el país.

Para los problemas que tenemos no tiene mucho sentido defender a ultranza lo que se hizo en el pasado sexenio. Más que buscar soluciones están tratando de cubrir con un halo protector a López Obrador. No tiene sentido, porque de nuevo partimos de premisas que no dieron resultados y las tomamos como una de las bases.

Hay evidencias de que la Presidenta está tomando otros derroteros. Lo hace por convicción y muy probablemente como una forma de enfrentar el fenómeno bajo otras variantes; le cayó la terca realidad.

Los decomisos de huachicol de los últimos meses muestran que hemos pasado de decomisar una cantidad enorme de huachicol a dejar atrás aquello de que teníamos resuelto el asunto.

Cargamos muchas adversidades por responsabilidades propias, pero, del otro lado, tienen muchos problemas que cubren y evaden interesada e hipócritamente.

RESQUICIOS. 

Uno de los mayores méritos del Chicharito Hernández, además de sus muy oportunos goles, fue la forma en que se relacionó con la tribuna. Donde jugaba el público lo hacía uno de los suyos. La otra parte de su historia rompe con lo mucho que hizo a lo largo de años.