Quebradero

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¿No pasa nada?

 

Por Javier Solórzano Zinser

 

Las corcholatas fueron el mecanismo que utilizó López Obrador para tratar de dejar contentos a todos los suspirantes ganaran o perdieran.

Con antelación se perfilaba Claudia Sheinbaum, lo que pronosticaba confrontaciones por el origen de las otras corcholatas; recordemos cómo Marcelo Ebrard arremetió, con cierta razón, contra Sheinbaum. A diferencia de sus otros compañeros del singular viaje, con excepción de Fernández Noroña, el pasado de Sheinbaum es de izquierda que ni López Obrador tenía.

Las diferencias eran marcadas. Todos se agruparon en un primer momento más que por el inevitable futuro, lo hicieron por lealtad al expresidente, quien los llevaba a cenar cerca de Palacio Nacional para apaciguarlos.

Es probable que Claudia Sheinbaum no hubiera pensado en las corcholatas para formar parte de su equipo, digamos que eran las reglas y la inevitable herencia. López Obrador diseñó su propio juego tratando de abrir los espacios, pero, sobre todo, ofreciéndole a los suspirantes una especie de premio de consolación o algo parecido. El diseño de la estrategia colocaba en el centro al tabasqueño, como eje, motor y elector.

Tan dejó esta herencia que fue quien determinó el futuro de las corcholatas con todo y cargo. López Obrador los terminó dejando donde quería.

La Presidenta ha ido lidiando con ello pensando en su gobernabilidad y en tener que asumir la herencia de quien fue fundamental para que ganara las elecciones. Las corcholatas a menudo defienden o apoyan a la Presidenta, pero por lo general, van por la libre. Se les llena la boca en adjetivos y apoyos, pero van ya varias ocasiones en que hay evidencia de que se mueven bajo sus propios espacios. A esto sumemos que más de alguno no ha dejado de pensar que en el 2030 va un nuevo intento por ir por la “grande”.

Lo que es un hecho es que no hay un solo indicio que lleve a imaginar que la Presidenta los pueda o quiera hacer a un lado. En el fondo cada uno a su manera son herencia de López Obrador, aunque algunos estén más identificados con el tabasqueño que otros.

En un cargo como el de la Presidenta, y más bajo las modalidades que se dieron con López Obrador, se tienen que cumplir muchos compromisos. Lo que puede resolver algunas cosas es el tiempo, porque el Ejecutivo se va fortaleciendo, y se van presentando escenarios que permiten acomodar las piezas de su equipo que puedan estar más enfocadas en el interés y objetivo del proyecto de gobierno que pretende la Presidenta.

Lo que es un hecho es que algunas de las corcholatas y otras herencias le están causando problemas mayores a Claudia Sheinbaum. Se la ha ido pasando entre las imprudencias del presidente del Senado y los desplantes del uso del poder por parte de quienes encabezan las coordinaciones parlamentarias de su partido en diputados y senadores.

No deja de mencionarse la idea del rompimiento o tomar distancia por parte de la Presidenta con López Obrador. No vemos cómo pueda suceder, de no ser que las cosas entren en una dinámica extrema, de otra manera el tema no está en el radar presidencial por más que la oposición lo imagine o sueñe, no queda claro que ese escenario pueda producirse. La atribulada oposición anda buscando por todos lados lo que no puede hacer por ella misma.

Lo que sí está pasando es que, a pesar de que dejan a menudo a la Presidenta sola, no está perdiendo capacidad de maniobra. Es un hecho que tendrá que mover sus piezas, no hacerlo la puede colocar en problemas a su Gobierno e imagen. Algunos personajes y, sobre todo, por el cuestionable ejercicio del poder, como morenistas están en una lista imaginaria.

Lo que es definitivo es que la Presidenta no puede hacer como si no estuviera pasando nada.

RESQUICIOS. 

En Morena se la pasan entre desplegados y palabras hacia aquellos que son señalados. Si son diferentes como dicen, en lugar de andar con el síndrome de los abajo firmantes deberían impulsar investigaciones que los haga ver que, efectivamente, son diferentes.