Señores de la guerra

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Por Darío Fritz

Las lecciones que se cuecen fuera nos llegan hasta la cocina de nuestro reducido planeta cotidiano. Por más lejanas que parezcan. Bastó que un amplio mundo desconocido fuera exhibido para que sus mejores voceros de la indignación teatralizada sacaran a relucir acusaciones, sentencias, prohibiciones. Despechados por los argumentos respondieron con la lógica del cazador herido: agitar irascibles, dar patadas de desprecio. Tocados en el bolsillo, pretendieron levantar la Inquisición como castigo.

La italiana Francesca Albanese ha puesto los puntos sobre las íes, o mejor dicho, sobre cada flanco débil de todo el entramado de intereses económicos y empresariales detrás de los crímenes israelíes contra la población palestina, como nadie lo había hecho. Tuvo que ser esta mujer quien lo hiciera, como para que el pataleo fuera más obsceno y desenfrenado. Apoyo de un “antisemitismo descarado” y del “terrorismo”, manifestante de un “abierto desprecio por Estados Unidos, Israel y Occidente”, la ha señalado el gobierno de Donald Trump, en su papel de sheriff global. Le prohibió ingresar al país, la despojó de su visa y bloqueó los bienes o activos bancarios que pudiera tener.

¿Por qué tanta saña propia de un enemigo? La relatora especial de Naciones Unidas para los derechos humanos en los territorios ocupados de Palestina, ha publicado un informe descarnado desde el título mismo: “De la economía de ocupación a la economía de genocidio”. Allí “investiga la maquinaria empresarial que sostiene el proyecto colonial israelí de desplazamiento y sustitución de los palestinos en los territorios ocupados”, adelanta en su introducción. Una «empresa criminal conjunta», entre Estado y empresas, propia de un “capitalismo racial” que “impulsa, abastece y posibilita este genocidio”.

Israel “comete crímenes como respira”, ha graficado esta abogada y académica. Por el bien, incluso de los israelíes, “hay que pararlo”, dice. Las empresas extranjeras que alimentan la economía de ese país lo hacen a su modo, como prueba el informe. Así, la agroindustria abastece de servicio a los colonos que ocupan tierras —cita a la empresa mexicana Orbia, y su subsidiaria Netafim, líder mundial en tecnología de riego por goteo. Plataformas de turismo en línea normalizan la ilegalidad con visitas a las colonias, supermercados aprovisionan con sus productos, gigantes de la construcción —Hyundai, Volvo o Caterpillar Inc— son decisivos para arrasar las propiedades en Gaza e impedir el retorno de los palestinos. Conglomerados extractivos y mineros —algunos colombianos— proporcionan la infraestructura militar y energética israelí, y por supuesto, los fabricantes de armas donde los estadounidenses son su principal sostén, que aportan con tecnología de punta a desbastar a una población civil indefensa –ya rondan los 60 mil muertos en 21 meses, tras el ataque terrorista de Hamas.

El entramado denunciado por Albanese incluye los “facilitadores”, es decir bancos y fondos de inversiones que financian la guerra -obtuvieron ganancias en la bolsa de Tel Aviv de 157,900 millones de dólares-, organizaciones benéficas confesionales y hasta universidades prestigiosas como el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) o el TUM de Munich, colaboradores de las empresas de defensa o tecnológicas en el desarrollo de sistemas de control, seguimiento, represión y destrucción de la vida civil palestina. Allí participan Microsoft, IBM, Palantir, Amazon y Google, aportando sistemas de vigilancia y reconocimiento biométrico. Europa hace los suyo financiando programas de instituciones israelíes, “incluidas las cómplices de apartheid y genocidio”.

“Con asombrosa facilidad creamos los mecanismos necesarios para distanciarnos del sufrimiento ajeno”, dice el ensayista israelí David Grossman. Pero eso no quita los compromisos legales. “Cualquier decisión de seguir participando en la economía de Israel se toma, por tanto, con conocimiento de los crímenes que pueden estar teniendo lugar”, advierte la relatora de la ONU. Nos va bien ser parte “de una multitud sin rostro ni identidad, aparentemente libre de responsabilidades y absuelta de culpa”, señala Grossman. Aunque no será para siempre. Otros señores de la guerra se mueven entre bambalinas. Al desmontarlos, la oscuridad deja ver dónde se esconde la mano. Francesca Albanese lo hace.

 

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