Esa costumbre de olvidar

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Por Darío Fritz

La memoria es un bicho traicionero. También melancólico. Mi madre salió de su casa en tiempos cercanos a la pandemia a buscar algo que su cerebro le rememoraba a felicidad. Cuando la hallaron a diez cuadras, dijo que iba por un hermano al que extrañaba y que regresaba a la vivienda materna donde recogía de niña los higos y granadas para comérselos a la sombra de los árboles. El hermano había fallecido y la vivienda, que junto a ese y otro hermano había vendido, era por entonces una carpintería. La memoria es un bicho traicionero, también enternecedor. Dos semanas atrás, una pareja de profesores de 76 y 83 años, también con Alzheimer, salió de su casa tomada de la mano en la periferia de un Madrid extenuante de calor, a buscar la laguna y su arboleda de la niñez, que ellos mismo seguramente vieron desaparecer seis décadas atrás. Con drones fue posible hallarlos con vida. La memoria nos traiciona, pero también nos despeja el camino de las ingratitudes, para dejarnos tranquilo y con la conciencia limpia. Se queda con los sentimientos agradables y nos despoja de las mentiras y celadas que urdimos, el desdén con el colega de trabajo, las groserías y el menosprecio en competencias deportivas, durante un trámite burocrático, con la chica que no quiso seguirnos el coqueteo.

La memoria es un bicho traicionero, que nos pone a digerir los escándalos del presente. Y opaca las luces del pasado. En estos días, resurgen acusaciones sobre instituciones bancarias señaladas por lavado de dinero, pero la memoria nos dice de años pasados y casos similares: Zhenli Ye Gon, HSBC, Odebrecht, por decir los más cercanos. Para 2016, el SAT aceptaba que 33 personas físicas y morales se relacionaban con el bufete jurídico panameño Mossack Fonseca dedicado a ocultar dineros de mexicanos. La denuncia periodística Panama Papers —abarcaba más de 200 países — reveló, sin embargo, la detección de 68 entidades offshore, 290 oficinas, 39 intermediarios y 215 direcciones involucradas en evadir impuestos y lavar dinero en aquel paraíso fiscal.

Han saltado varios casos también en semanas recientes, donde la libertad de expresión vuelve a adentrarse en un mundo oscuro de amenazas, extorsiones y crímenes. Que una nueva ley de ciberacoso, que una gobernadora usa la justicia para acosar a un periodista, que un tribunal multa y le hace pedir disculpas diarias durante un mes a una ciudadana por sus críticas, que a otros periodistas, medios y tuiteros se los intenta censurar desde la justicia y órganos electorales bajo la excusa de la violencia de género —28.5% de 21 procesos contra periodistas en 2024, según Artículo 19. Estos casos en tiempos políticos de color morado y de una izquierda, según su propia definición, que se ha considerado defensora de valores como la libertad de expresión, de la que fue víctima en otras épocas, tuvieron también su pasado de agravios con otros colores políticos que la memoria ilustra. El uso arbitrario de la publicidad oficial por ley del Congreso, el espionaje de periodistas y defensores de derechos humanos, censura por internet, la impunidad en desapariciones y asesinatos han sido la constante.

Es bueno volver al pasado para no cometer errores hoy o mañana. Tan cierta como engañosa, la frase deja su laguna. Libertad de expresión y persecución del lavado de dinero cuentan con sus resistencias cuando se ejerce el poder. Porque hay intentos de control, porque se pretende que el dinero fluya sin mayores obstrucciones.  En esos casos, mejor no hacer memoria, nos están diciendo.

Xavier Nueno, analiza en El arte del saber ligero, un ensayo sobre el exceso de información, la obsesión por el pasado en la actualidad —que todo lo almacenamos en el mundo digital para un futuro: fotos, textos, videos. Pero eso no significa algo mejor para memorizar y no equivocarnos. Al historiador le preocupa que se delegue la memoria en la tecnología, si después eso queda allí sin voluntad de utilizarla ante tanto océano informativo. “La cantidad de información que se procesa hoy en día no tiene parangón en la historia, y la capacidad de actuación de gobiernos y empresas sobre las personas que delegan esta información es mucho mayor”.

¿A quién recurrimos entonces para no ser atropellados? ¿A que las corrientes naturales de neuronas, libres de Alzheimer, nos digan qué hubo hace tiempo para aprender y no repetir, o a que la memoria nos lleve a ese almacén digital a ver qué ofrece?

 

@dariofritz.bsky.social