El problema es lo que se puede venir
Por Javier Solórzano Zinser
No hay indicadores para suponer que las reformas que se van a debatir en el periodo extraordinario del Congreso sean discutidas ampliamente.
Vamos a entrar a un nuevo capítulo en que hacen como si escucharan, pero en el fondo ya traen previamente establecido un guion del cual difícilmente se saldrán. No hay indicios de que quieran cambiar, porque ésta ha sido la tónica a lo largo de los más de seis años y medio que lleva Morena en el poder.
La argumentación de que el Gobierno es mayoría y que es el “representante del pueblo” no lo convierte en poder absoluto y único. La mayoría en el Congreso se creó bajo una interpretación parcial de las leyes en donde jugó un papel empático con el Gobierno el Tribunal Electoral que se ha convertido en tribunal a modo. Las reglas de nuestra democracia tienen diversas maneras de interpretar los votos de los ciudadanos; la Presidenta obtuvo el 56% de los sufragios.
Esta argumentación ha sido una constante en todos los actos de Gobierno para justificar sus acciones. El problema, sin dejar de reconocer la mayoría y lo que ya llaman el cambio de régimen, es el hecho de que el Gobierno se enconcha y deja de escuchar a quienes están en perspectivas diferentes y que forman parte de una democracia representativa y bajo la cual también gobierna, ya sea en los estados o en el propio Congreso.
Este proceso está causando cada vez mayores problemas, porque en la medida en que se van enconchando se van cerrando a escuchar voces que no les sean afines. Con razón se repite que la posibilidad de que se puedan abrir espacios a voces discordantes solamente podrá llevarse a cabo si al interior de Morena se presentan divisiones. De otra manera, las cosas seguirán el tiempo que esté el movimiento en el poder, como lo hemos visto y vivido en más de seis años.
Cada vez aparecen más elementos que evidencian la falta de autocrítica y, sobre todo, la distancia que se le toma a la crítica, venga de donde venga. Lo que anda pasando en Campeche y Puebla, junto con otros incidentes que tienen que ver con la crítica hacia legisladores de Morena, muestran reacciones antidemocráticas que ponen en riesgo para la sociedad un conjunto de derechos que, a lo largo de muchos años, han sido parte de una lucha ciudadana, la cual incluye las batallas que durante mucho tiempo han dado quienes hoy gobiernan.
No es exagerado hablar del enorme riesgo que como sociedad estamos corriendo. En un mundo que tiende a centralizarse, en donde van prevaleciendo regímenes que tienen a la democracia como un mecanismo para la concentración del poder y no como una forma de entendimiento, civilidad y pluralidad, los riesgos crecen junto con las tentaciones propias del autoritarismo.
Es claro que estamos en el cambio de régimen. El asunto medular está en qué quiere Morena como proyecto de Gobierno y de gobernabilidad. Se está perdiendo la autocrítica y, sobre todo, se está partiendo de un hecho que, en tiempos democráticos, siempre será cuestionado: no todo lo que hace el Gobierno está por principio bien hecho.
Por momentos a la propia Presidenta pareciera que no gusta que se piense diferente. Olvidan sus largas batallas por la democracia y su importante participación en la construcción de la democracia, por más que siga siendo limitada.
El mayor problema que se ve venir es lo que se puede venir. En algunos casos sigue prevaleciendo un espíritu de venganza social que no sirve para la cotidianidad de una sociedad, pero, sobre todo, no hay manera de que un gobierno pueda avanzar, integralmente, si sólo se ve ante su espejo.
Cerrar espacios y combatir derechos no es el camino, por más que estén siendo dueños del presente y el futuro.
RESQUICIOS.
No han hecho el más mínimo acuse de recibo los gobiernos de Puebla y Campeche respecto a la vehemencia con la que desde el Gobierno federal se han expresado sobre la libertad de expresión.