Por Sandra Luz Tello Velázquez
Cada 20 de mayo, el calendario reconoce en México la profesión de los psicólogos. Un día que, como tantos otros, se convierte en efeméride para redes sociales, frases motivacionales y reconocimientos simbólicos, sin embargo, si uno decide mirar más allá del cartel conmemorativo, es un día que puede abrir la puerta a una conversación incómoda, más profunda, pero también más necesaria: la de disertación acerca de la salud mental como un derecho postergado.
La pandemia, esa etapa que globalmente aún nos sacude con sus secuelas invisibles, dejó al descubierto lo que muchas voces venían gritando en silencio: la salud mental no es un lujo ni una moda, es una urgencia social, aunque el presupuesto destinado a su atención en el sistema público sigue siendo menor al 2% del gasto en salud. Los psicólogos en hospitales públicos trabajan con manos atadas, saturados, sin recursos ni estabilidad laboral, por otra parte, las consultas privadas, en muchos casos están fuera del alcance de la mayoría.
Es por lo anterior que, en medio del ruido digital y las pantallas que nunca se apagan, la salud mental ha comenzado a ocupar un lugar en las conversaciones cotidianas, en particular entre las generaciones jóvenes, no obstante, esta visibilidad incluye algunos riesgos, ya que actualmente enfrentamos la urgencia de concienciar sobre los trastornos mentales y la necesidad de tratarse con profesionales de la salud, pues existe una peligrosa tendencia a romantizarlos en redes sociales, sobre todo en TikTok, Instagram y X, pues proliferan los discursos de autodiagnóstico y trivialización del sufrimiento psíquico, enmarcados en memes, estética oscura o frases que reducen complejas condiciones, convirtiéndolas en estereotipos o etiquetas generalizadoras.
Por tal motivo, los psicólogos tienen que luchar contra la sobreexposición de contenidos emocionales sin filtro clínico, pues algunos sectores de la población navegan entre el intento legítimo de hablar de lo que duele y el riesgo de buscar solución o respuesta en la charlatanería de personajes que no tienen estudios profesionales para dar respuesta a problemáticas emocionales y mentales. Nombrar el malestar es necesario y simplificarlo hasta convertirlo en tendencia es negarle su gravedad.
Es sencillo repetir que “debemos cuidarnos emocionalmente”, “la salud mental importa” o “no estás solo”, estas son frases bienintencionadas, pero vacías que, si no van acompañadas de políticas públicas sólidas, solo refuerzan el mensaje de que el bienestar es una responsabilidad individual o que sí estás mal, es porque no haces suficiente, lo que representa una carga más para quien ya arrastra la angustia del desempleo, la violencia familiar, la ansiedad ante un futuro incierto.
Finalmente, es justo reconocer a quienes sostienen espacios de contención emocional con profesionalismo, empatía y ética, incluso en medio de precariedades, pero también es momento de exigir que su labor sea valorada más allá del aplauso simbólico y el desencanto por la falacia y la falta de autenticidad de personajes mediáticos que nunca cursaron ni un ápice de psicología. Porque no hay desarrollo posible si la mente está rota, no hay democracia plena si el dolor psíquico se vuelve norma y no puede hablarse de un verdadero tratamiento para mejorar la salud mental si se convive con el oportunismo, con la superficialidad y la fama de supuestos profesionales de la salud que permanecen en redes sociales, en plataformas digitales y en producciones radiales en formato de podcast sin ser regulados.