Abrazos no balazos, ya fue
Por Javier Solórzano Zinser
A pesar de que no se reconozca, es claro que el actual Gobierno tiene una estrategia distinta a la de su antecesor en materia de seguridad. Da la impresión de que por ningún motivo quieren molestar al inquilino de Palenque y, por ello, siempre que se habla del tema, acaban por decir que es una extensión de lo que se hizo en la pasada administración.
Las cosas en la práctica son por mucho muy distintas. Desde los primeros días aquello de abrazos no balazos pasó a segundo plano. Tímidamente se ha defendido en las mañaneras y el Congreso. Pero las cosas son distintas, porque de no haber sido así tendríamos a Donald Trump ante la inminencia de querer meterse a nuestro país para acabar con la delincuencia organizada, por ahora nomás se dedica a amenazar.
No hay claridad si las cosas cambiaron por convicción, por las abrumadoras presiones de Trump o por una combinación de estos dos factores. El Gobierno todavía tiene una buena cantidad de flancos abiertos, los cuales requerirán de cirugía mayor y, sobre todo, de una voluntad política real, con todos los riesgos que esto puede contraer, para atemperar los muchos problemas que tenemos.
Nadie imagina que se puede terminar el tráfico de drogas. El tema forma parte de las condiciones bajo de lo que somos en el mundo y es parte de la historia de la condición humana. Lo que sí se puede hacer, además de llevar a cabo profundas discusiones sobre la legalización, es romper, en la medida de lo posible, el nexo que existe entre la política y los narcotraficantes.
Los cárteles avanzan cada vez más. No lo hacen sólo de la mano de la política, lo hacen a través de las comunidades en donde los encuentran como una alternativa en la cotidianidad de su vida. Es probable que entre el 35 y 40% del territorio del país esté controlado por la delincuencia organizada. Los gobiernos perdieron los espacios y ahora gobiernan de manera colateral o los cárteles imponen a personeros de partidos políticos para que se encarguen de poner la mesa a los delincuentes.
No lo dirá en voz alta, pero la Presidenta tuvo que cambiar la estrategia, sin que por ello estemos necesariamente en el camino indicado. La complejidad del problema obliga a revisiones sistemáticas sobre la estrategia a seguir, pero lo que urge es al menos atemperar la cada vez mayor influencia de los cárteles.
La estrategia de seguridad está atacando directamente a la delincuencia organizada. En estos meses se han dado detenciones importantes, todavía se está lejos de atrapar a los grandes capos, pero el avance está siendo positivo y en algunos casos se va cercando el camino.
Con la gran cantidad de significativos enfrentamientos, como sucedió el fin de semana en Michoacán con el CJNG, la gran interrogante es por qué López Obrador no metió el acelerador en tiempos en que no bajaba la violencia del narco, se incrementó de manera sustantiva la desaparición de personas, y murieron muchos ciudadanos por hechos violentos.
La información estaba a la mano, todos los días se reunían a las seis de la mañana para tratar precisamente los asuntos en materia de seguridad. Se debió tener un mínimo diagnóstico de lo que pasaba, además de que todo era público y estaba a la vista. El expresidente optó por ir en varias ocasiones a Badiraguato y darle la mano a la mamá del Chapo en lugar de atacar lo que estaba pasando en Sinaloa, estado que sigue en medio de una pesadilla sin freno.
Las cosas han cambiado, pero estamos lejos de avanzar sustancialmente. Hay avances, pero es cuestión de que haya elecciones para que salgan a flote las complicidades entre la política y el narco, las cuales ya están en la elección al Poder Judicial.
RESQUICIOS.
De por sí tiene una alta dosis de cuestionamiento la elección al Poder Judicial. Si sumamos a algunos aspirantes que son los que violan la ley, que los partidos, particularmente Morena, están utilizando sus maquinarias de manera evidente, el 1 de junio sigue apuntando hacia la desconfianza.