Por dónde buscar

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Por Darío Fritz

Es una palabra de época. La actual. Que si bien se fue amasando por décadas, hoy despunta. Y no es buena noticia. Desaparecido. Desaparecer. Desapareciendo. En la conjunción en que queramos utilizarla, allí está, pegada como la nariz a un espejo, intentando escapar, traspasar el vidrio y perderse. Sin embargo, genera el efecto contrario, que el reflejo la convierte en miles.

Nos dicen que las medicinas desaparecen de los estantes de las farmacias de los hospitales públicos, y que está bien pregonar la desaparición de las vacunas. Nos dicen que ciertos libros deben desaparecer de las escuelas y que el pasado se debe contar de otra manera. Nos dicen que los géneros más allá de hombre y mujer no existen, que los antiguos habitantes de un barrio deben salirse para reubicar a los embajadores del home office, que es hora de desaparecer viejas casonas para instalar la modernidad de edificios con espacios de ratoneras. Desaparecen tlapalerías, verdulerías y fondas para reemplazarlas por la cafetería de productos orgánicos, el restaurante de fusiones y la granja en la mesa, la mueblería de sillas de materiales reciclables y diseños nórdicos. Nos dicen que los migrantes ya no son tales, sino criminales. Que la pobreza se la combate con meritocracia y la asistencia social debe ir desapareciendo. Que aplastar al débil gana fichas en el tablero del poderoso. Están quienes dicen que los que opinan distinto deben desaparecer, y así, sin ser tan literal, ya no están en los medios de comunicación, se los acosa con demandas legales o pasan a pagar su disconformidad con cárcel, tortura o muerte. También nos dicen que las personas desaparecidas no son tantas, aunque las cifras se mantengan por los cielos.

La palabra desaparecer proviene del latín “evanescere”, y su raíz es “vanus”, es decir “vacío”. Vacío bien puede representar lo que implica desaparición. Un hueco que pronto se pretende rellenar, ya sea con el olvido o con el lugar que otros pasan a ocupar. En la política bien abunda esa intención. Va de los extremistas que propugnan la desaparición del Estado o reducirlo a la mínima expresión -Milei es un ejemplo, Trump otro, pero lo han dicho y propugnado más presidentes de corte derechista-. Y sigue con quienes arremeten con la desaparición de sus propios engranajes de gobierno que luego la gente padece, como falta de respuestas ante desastres naturales, insuficiencias médicas en instalaciones de salud, la corrupción creciente a sus anchas, la destrucción del medio ambiente o llamarse a silencio cuando los desaparecidos avanzan los casilleros de las estadísticas con incrementos irrefutables.

Una mirada a la desaparición como narrativa ya sea para destapar injusticias o entretener desde la ficción -con fondo de realidad-, se puede identificar en el consumo cinematográfico. En una búsqueda rápida por los canales de streaming pueden encontrarse títulos evidentes como “Perdidos en la noche”, “Adoración”, “Found”, “Desaparecida en Lørenskog”, “Atrapados”, “Safe”, “Expedientes de lo inexplicable”, “Ruido”, “Ayotzinapa. El pozo de la tortura”. Producciones suecas, noruegas, estadunidenses, mexicanas, argentinas, españolas, danesas. Más de 40, ya sea en versión documental, serie o película. En cada una el horror por la ausencia, el temor a la injusticia, el rodeo amenazante de la impunidad.

María Cristina López Stewart fue una chica de 21 años que la dictadura chilena llevó a la desaparición en 1974. Hace tres años se recuperó un poemario suyo, El cuaderno azul, donde escribió: “No me miras porque no tienes ojos / no me hablas porque no tienes boca / no puedes caminar; no tienes piernas / me quieres abrazar, no tienes brazos / pero estás allí / Como un acompañante interminable”. Los relatos desde la literatura, el cine, la televisión o la información que recogemos a diario, son un itinerario de época para reconocer nuestras pérdidas y vernos al espejo qué tanto estamos dispuestos a afrontarlas.

 

@dariofritz.bsky.social