La Agenda de las Mujeres

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Sin sociedad civil no hay democracia

Por Mónica Mendoza Madrigal

El sistema democrático mexicano está fincado en la Constitución Política que a partir de 1917 con su promulgación, vio nacer al sistema político en que se funda, de tal manera que ahí quedó establecido que el voto popular es la forma en la que en este país se elige a quien gobierna y a quien legisla, que son por tanto, representantes populares.

Ya desde antes, pero sobre todo a partir de ese momento, los partidos políticos se convirtieron en la vía para acceder al poder y con sus militancias cada uno mantenía una presencia territorial que se traducía en posiciones políticas, que les permitió afianzarse durante varias décadas.

En un proceso que trasciende a nuestro país y que tiene un alcance y una dimensión mayor, en los últimos 20 años ha comenzado a tener lugar un fenómeno que demuestra un comportamiento político singular: las militancias férreas han disminuido y lo que ha aumentado son las filas de indecisos e indecisas, que han pasado de la apatía electoral a la desafección política, complejo proceso que se caracteriza por la pérdida de confianza en las instituciones –partidos incluidos– y sobre todo por la desilusión respecto de la eficacia de la política como vía para ayudarles a vivir mejor.

La resultante de ese proceso es sin duda alguna, la erosión de la democracia que vivimos no tan solo en América Latina, sino en el mundo, y que ha traído consigo el avance de regímenes autoritarios que creíamos haber erradicado y que hoy están de nuevo aquí, empujando acciones que implican retrocesos de derechos que ya habíamos ganado y por los que hoy hemos de luchar de nuevo.

Así pues, muchas personas que antes se identificaban como militantes o que encontraban cabida en ideologías políticas, comenzaron a migrar hacia otras formas de organización más horizontales, más voluntarias, más autónomas para desde ahí tratar de empujar acciones concretas que dejaron de ser atendidas desde las instituciones formales, y así intentar incidir en la agenda pública.

Ahí es en donde una parte de la sociedad se ha venido reorganizando. Hay quienes la llaman “sociedad civil organizada” o que toma la forma de “organizaciones no gubernamentales”, que son una expresiones de ciudadanía activa a partir de causas que se insertan en agendas y desde las cuales se lucha, y gracias a las cuales ha sido posible rearticular la participación, que quedó diluida ante la pérdida de identificación o sentido de pertinencia en las instituciones o partidos formales existentes.

El proceso y la forma de organización no es para nada nuevo, pero sí se ha potenciado en forma significativa en estas últimas décadas.

De María Marván es una frase que lo resume bien: “no es lo mismo ser pueblo, que ser ciudadanía”. En la primera manera de ser, no hay organización, reciprocidad, sentido del compromiso público ni vínculo activo. En la segunda sí. Ser y estar en la sociedad civil cuesta tiempo, dinero y esfuerzo. Son actividades voluntarias de involucramiento con agendas y causas a las que hay que aportarles y defender, con las que hay que comprometerse no tan solo con una segunda y hasta tercera jornada laboral, sino con la convicción y -como tristemente hemos visto en los últimos años– hasta con la vida, pues en este país a los defensores y defensoras se les persigue y se les mata.

Para empujar sus agendas, las y los activistas, en muchos casos, solían buscar alianzas con actores políticos para el avance de sus temas y causas, ante el riesgo de solo ser usados electoralmente y luego no dar continuidad a los compromisos.

Historias como esas, abundan.

Sin embargo, hoy se vive una coyuntura política particular que replantea la forma de participar de la sociedad civil en la agenda política en general, y en la electoral en particular.

Dado que la ciudadanía confía más en la sociedad civil que en la clase política -y confianza es legitimidad-, la sociedad civil no puede ni debe ser ajena a participar en forma activa en los procesos políticos. Y eso los partidos y las instituciones deben entenderlo.

Es momento de construir alianzas claras, formales y cercanas entre actores políticos y sociales para lograr un avance real y sostenido en las causas y agendas, porque la historia es hoy y el gran cisma que resquebraja el edificio de la democracia que nos es común, ha cuarteado sus cimientos.

No sin nosotros y nosotras es el llamado de la sociedad civil a ser parte de la solución y como dije, el momento es ahora.

La sociedad civil tiene otra lógica y otra dinámica para organizarse. Otras prioridades, otras motivaciones ante una realidad común, que amerita la suma de las voluntades.

Sumar a la sociedad civil es fundamental para recuperar el sentido de comunidad. Más aun cuando en Veracruz y Durango se elegirán autoridades municipales. Ese proceso deberá ser inclusivo, participativo, colectivo y su reto es que trascienda lo electoral para afianzarse en lo local.

Solo así.