El enemigo interno se le cuela
Por Javier Solórzano Zinser
Como se presumía, los principales problemas de Morena serían, de hecho ya lo son, al interior del partido.
La Presidenta puede gobernar básicamente con la mayoría que tiene en el Congreso. El problema que tiene es que la marcada diversidad y los muchos atenuantes que tiene en su origen el partido están saliendo caros, de la mano de la prepotencia, soberbia y una ausencia de autocrítica.
El movimiento está en una etapa muy diferente al de su construcción. Todo giraba en torno a López Obrador y no había voz que se le parara enfrente, porque era sabido lo que podía pasarle al que lo hiciera.
Así como el expresidente se convirtió en el personaje que perdona todos los pecados de quienes optaran por Morena, también era claro que quienes le tomaban distancia o incluso renunciaban al movimiento eran señalados sistemáticamente, lo que se expandía a los furibundos seguidores del tabasqueño.
Morena gobierna de manera unilateral. Hace como que escucha a la oposición, pero más bien se la pasa buscando la forma de resolver sus muchos problemas, esto se manifiesta cada vez más claro en el Congreso.
Las cosas están entrando en terrenos delicados. Uno de sus grandes aliados a lo largo de su historia, el Partido del Trabajo, está buscando una intercomunicación nueva, porque es claro que en la cotidianidad de las decisiones legislativas está siendo relegado, a la vez que, de forma incomprensible, se alía de manera contradictoria con el veleidoso Partido Verde.
La Presidenta parece entender las inevitables divisiones de un movimiento que por más que lleve más de seis años en el ejercicio del poder, no puede del todo consolidarse cuando lo que está de fondo son diferentes concepciones internas sobre la vida política y la gobernabilidad.
El problema no son los problemas, sino la forma en que se abordan y se solucionan. La Presidenta no pega en la mesa, pero sí es evidente que en la medida en que pasa el tiempo se ha ido fortaleciendo, adquiriendo por ahora, más poder que el que tuvo López Obrador en sus mejores momentos.
La legitimidad de Claudia Sheinbaum pasa por el ejercicio de la democracia, por más que haya elementos concretos de cuestionamiento en la forma en que quedó el Congreso, y también por un reconocimiento que va creciendo más allá de México.
Si bien la Presidenta no necesita a la oposición para gobernar, no se puede soslayar que, paradójicamente, sea una de las columnas centrales de su legitimidad. A pesar de la gran votación que obtuvo en lo personal y la gran cantidad de victorias de Morena en todo el país, la oposición obtuvo 46% de los votos, pero, además de ello, su presencia le da fuerza y reconocimiento al exterior.
Como fuere, la Presidenta y su partido tienen una capacidad de maniobra mayúscula que, paradójicamente, puede diluirse por los conflictos internos. Está empezando a pegar también el ejercicio del poder, a pesar de que, ante muchas evidencias de irregularidades y corrupción, pareciera que por ahora no pasa nada.
Morena sigue siendo un tsunami imparable. Hacen materialmente lo que quieren y se meten en estados en donde habrá elecciones con total impunidad. Las cosas están llegando a tal nivel que tuvo que salir la Presidenta a frenar las aspiraciones fuera de lugar y de tono de una multicitada senadora.
Nos hemos detenido en todo esto porque, a pesar de la vigencia del tsunami, la Presidenta va a necesitar a la oposición ante las muchas cosas más que se vienen con Donald Trump.
Reconocerla es una manera de fortalecer su propia legitimidad ante escenarios inéditos que requieren de un país, en toda su dimensión, cohesionado.
RESQUICIOS.
¿Cuánto tiempo más tendrá que vivir Culiacán en vilo y en medio del terror? El ataque a un centro de rehabilitación cobró la vida de nueve personas, cinco más resultaron heridas. La violencia como forma de vida en medio de la muerte y la paulatina pérdida de capacidad de asombro con un gobernador señalado.