Originaria de la Ciudad de México, llevaba 14 años viviendo en Israel hasta que fue secuestrada, junto con su novio Matan Zangauker, por el grupo terrorista; estuvo cautiva, en medio de agresiones sexuales y físicas, 55 días; hoy mantiene una lucha por la liberación de 59 rehenes, entre ellos su novio
Por Édgar Ávila Pérez
La mente de la mexicana Ilana Gritzewsky evoca aquellos oscuros, diminutos y asfixiantes túneles; revive la penumbra y el olor a humedad de aquellas largas “cuevas” en el bosque; y la angustia y temor por un posible derrumbe de aquellos desvencijados edificios en Gaza donde el grupo Hamás la mantuvo cautiva por 55 días.
Sigue sin poder rehabilitarse de las agresiones sexuales y físicas, de la ausencia de comida y medicamentos para atender su diabetes y colitis que la llevaron a perder 11 kilos, incluso se le nota cansada y hastiada de exponer los tormentos que sufrió, pero se mantiene en pie, estoica, en una lucha por traer a casa a su novio, Matan Zangauker y a 58 rehenes que siguen cautivos en Gaza después de 538 días.
Ilana, originaria de la Ciudad de México y con 14 años viviendo en Israel, sueña con poder cerrar el círculo de la violencia y dejar atrás el 7 de octubre, cuando -junto con su pareja Matan- fue secuestrada de su hogar por la organización Hamás en el kibutz Nir Oz.
Se ilusiona y fantasea con su encuentro con Matan, rehaciendo su vida, volviendo a la repostería, creando pasteles, sentándose en un sillón -con un cigarro encendido y un café caliente-, cocinando y creando la familia con la que soñó.
Quisiera “dejar de tener que contar mi historia personal y mis dolores a todo el mundo para hacer entender que hay secuestrados y que siguen pasando lo que yo pasé (…) no tener que estar viajando por el mundo o hacer prensa por todo el mundo para hacer conciencia de que hay niños, mujeres, hombres, padres, novios que siguen esperando que los regresen a su casa para abrazar a su mamá, a su papá y abrazar a sus hijos”, afirma.
Sin embargo, poco antes de ser liberada prometió a los que dejó en aquellos túneles “que iba a alzar la voz lo más posible para liberarlos a casa” y a la distancia, sigue sin sentirse completa, sin sentir el abrazo verdadero de su madre.
“Con la culpa de por qué yo sí y mi novio no, de por qué yo sí puedo abrazar a mi mamá y los niños de tres años no pueden abrazar a sus papás. No me voy a callar hasta lograr mi meta, voy a seguir contando lo que pasé para que después el mundo no diga: no escuchamos, no vimos, estoy aquí contando lo que yo pasé”, asegura.
Alzar la voz y los tormentos
Ilana -quien aporta su testimonio a distancia desde Estados Unidos a un grupo de periodistas latinoamericanos gracias al Foro de Familias de Rehenes, MediaCentral y Fuente Latina-, porta una gorra que usaba su novio. Todos los días sueña con el retorno de Matan, ve en el futuro una vida juntos, pero al mismo tiempo la invade el miedo.
“Un miedo a saber si todos nuestros traumas y miedos después de pasar el infierno del cautiverio de Hamás; si nuestras almas van a volver a poder estar en la misma línea que estábamos antes. Espero poder reconstruir la vida con él, pero el secuestro te cambia la vida y los traumas, el miedo a no saber si van a poder estar en la misma línea que estábamos juntos”.
Incómoda, rememora cuando los terroristas la secuestraron, cómo la llevaban contra su voluntad en una motocicleta y cómo tocaban debajo de su blusa y sus piernas; las agresiones físicas que le llevaron a la ruptura de su cadera, dislocación de su mandíbula y la ruptura de su tímpano izquierdo; el terror y los rezos porque una de las bombas no cayera en los edificios o túneles en que se encontraba.
“Despierto en un lugar abandonado y destruido en Gaza, con terroristas arriba de mí, rogando que no me violen… En una casa, uno me abrazó y me dijo que era muy bonita y que me iba a casar y que tendríamos hijos”, recuerda aquellos días y noches de terror cuando era interrogada a la mitad de la noche.
“Eres una marioneta para ellos, no tienes derechos humanos”, dice la mujer que sigue viviendo en Israel, pero en una constante gira para exponer los horrores del cautiverio.
Confiesa que hubo momentos en que hubiera preferido romperse la cabeza en el lavamanos a pensar que esa fuera su vida, vivir con miedo, en oscuridad, en soledad, sin esperanza, sin comida, sin alimentos, sin saber siquiera si estaban luchando por ella.
“Entonces si estoy hoy aquí es porque esa es mi misión. Si Dios quiso que saliera con vida de eso, quiere decir que estoy aquí para alzar la voz, para no callarme, para seguir luchando por los 59 secuestrados que siguen ahí, para mi novio, para regresar a los que siguen con vida y a los muertos a su tierra, a un entierro, donde los padres tengan a donde ir a llorar la pena”.
Siempre le ha costado hablar de su vida, nunca le gustó estar al frente ni compartir sus emociones y se le nota, pero sabe que hoy tiene ese privilegio, y no puede quedarse callada y sentada.
“Y no alzar la voz mientras hay gente que sigue sufriendo ni me puedo quedar callada sabiendo que ahorita mi novio podía estar pasando algún abuso sexual (…) Me duele que muchas organizaciones mundiales y protectoras de derechos de mujeres no alcen su voz, estoy aquí contando mi historia”.
En un tomo más serio, advierte que el callando es cómplice del terrorismo y les recuerda que el terrorismo no respeta ni lugares ni fronteras.
“La única forma de llegar a una verdadera rehabilitación es cuando mi novio sea liberado y mis amigos sean liberados, todos los secuestrados sean liberados y ya no tenga que vivir con la pregunta de por qué yo sí estoy aquí y ellos no”.
Fotografía: Paulina Patimer