Quebradero

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Nuestras pesadillas

 

Por Javier Solórzano Zinser

El desafío en que se ha convertido el caso del rancho Izaguirre confirma nuestros viejos y nuevos debates. Unos argumentan la incapacidad en la gobernabilidad del pasado, en tanto los otros la ubican en el presente.

No hay quien no quiera sacar ventaja de lo que pasaba en el rancho. Siguen en la mesa más preguntas que respuestas, en medio de circunstancias en que lo que menos importa es lo que realmente pasaba. Unos y otros muestran lo que suponen era el rancho y lo que quieren ver del rancho.

Algo tiene que ver el Gobierno, el cual se ha ido enredando. Fue desafortunado el “narcotour”, porque al final quedó la impresión de que se quería minimizar lo que los Guerreros Buscadores de Jalisco habían denunciado con fotografías, lo que habían encontrado el 5 de marzo.

El tema va entrando poco a poco en los terrenos de la confusión, en las verdades a medias y en la politización, la cual, todas y todos, juegan a negar en el discurso, pero en los hechos sucede otra cosa. En algunas mañaneras ha quedado en evidencia a partir de preguntas muy a modo, para que se siga construyendo una narrativa distinta de la que originalmente teníamos de las cosas, en lo que parece ser también un intento de crear una narrativa distinta, sobre todo, en el terreno del llamado centro de exterminio.

Desde donde se vea el caso, no hay duda de que refleja escenarios que de alguna manera se viven en muchas comunidades. Independientemente de que se quiera minimizar o no, lo cierto es que en el rancho hay evidencias de que se conjuntaron elementos que han sido un común denominador en la vida del país en al menos los últimos 15 años.

Se reconoce la tortura, se reconoce la violencia contra los jóvenes, se reconoce el reclutamiento a través de las redes con base en engaños, y se reconoce que en el rancho varias personas fueron asesinadas, todo esto a decir del secretario de Seguridad Ciudadana; en algún sentido es un microcosmos de una constante en México.

El tema en este caso adquiere una brutal dimensión, porque por ahora seguimos sin saber quiénes eran los portadores de los zapatos, de las playeras y chamarras, de las mochilas y de muchos objetos personales.

El Gobierno bien pudo omitir la multicitada visita. El escenario era distinto a decir de los Guerreros Buscadores de Jalisco, muchas de las cosas que estaban originalmente fueron manipuladas. Cuando llegaron los periodistas, los colectivos y las madres buscadoras, a las cuales inopinadamente se les impidió originalmente el acceso al rancho, el escenario no era el mismo que el del 5 de marzo.

Nos hemos concentrado por obvias razones en el rancho estos días. El tema ya salió del país. Ha sido consignado en las redes y en medios de comunicación influyentes.

Nuestro problema es que seguimos bajo una violencia regular, sin que se tengan elementos a la mano para poder asegurar que se está atemperando. Seguimos envueltos en la terrible pesadilla de la violencia. En algunas ciudades, los escenarios han cambiado poco o nada.

Desde hace algún tiempo pareciera que en Culiacán las cosas están adquiriendo una dimensión diferente, después de meses y meses violentos. Sin embargo, no hablar de ello, o no tener en el radar, lo que sucede no significa que no pase nada. Ayer una pequeña de 12 años murió en medio de un violento enfrentamiento en una zona céntrica de la ciudad.

La pesadilla es inocultable, si en algún momento la quisimos dejar de ver, el rancho Izaguirre nos mostró la cara más oprobiosa y triste de nuestra terca realidad. Estamos entrando al peligroso camino sin regreso si no se tiene la capacidad de aprovechar lo que, paradójicamente, es una oportunidad para atacar de lleno nuestras pesadillas.

RESQUICIOS.

A Cuauhtémoc Blanco le mantuvieron el fuero y lo “conminaron” a que se presente en la fiscalía para responder a las acusaciones en su contra. Lo protegieron como Morena lo hace cuando se trata de los suyos sin importar la responsabilidad de sus actos; era previsible.