De fracaso en fracaso

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Por Francisco Montfort Guillén

El éxito se nos ha ido de las manos. La construcción de un Estado exitoso se nos aparece como la olla de dinero al final del arco iris. La sociedad corre ilusionada detrás de los hermosos colores, mirando un promisorio cielo con cada nuevo gobernante para tropezar en el camino y comprobar que nunca puede alcanzar la olla de las monedas de oro, es decir, el Estado exitoso.

Han gobernado el país sacerdotes, militares, licenciados (y no tanto), economistas; liberales, conservadores, pseudo izquierdistas y pseudo liberales a ultranza. Los hombres gobernantes han accedido al poder mediante guerras, golpes de Estado, muchas elecciones simuladas y muy pocas elecciones realmente democráticas. Pero ningún caudillo, líder moral, líder político, populista o tecnócrata ha podido sentar las bases de un Estado exitoso que gobierne el tiempo suficiente para conducir un proceso de desarrollo que resuelva los graves problemas nacionales.

Las causas del fracaso han sido muchas y complejas. Las debilidades de la nueva Nación después de la Guerra de Independencia, el enorme poder de los militares, los desencuentros ideológicos entre liberales y conservadores con sus luchas por la forma de organización estatal, la ausencia de democracia con la dictadura del General Porfirio Díaz y su falta de atención a las necesidades de los excluidos.

La efímera aparición democrática de Francisco I Madero con un Estado organizado para sostener al Gran Caudillo; los golpes de Estado que llamamos Revolución Mexicana, el desplazamiento de los generales del Norte que representaban un proyecto liberal para México por un proyecto corporativista, proto fascista (al estilo de la época) y autoritario encabezado por Lázaro Cárdenas, que excluirá, por décadas, la auténtica democracia.

La larga implosión del llamado sistema priista que terminó en la debacle del renacimiento populista de los amigos Luis Echeverría y José López Portillo con la quiebra económica del país y la deslegitimación política del sistema priista. Y siguió el doloroso y traumático período de reconstrucción económica con Miguel de la Madrid.

El cambio profundo con Carlos Salinas de Gortari que introduce una nueva organización económica, un aliento profundo a la modernización de las ideas y las conductas de millones de mexicanos y promueve formalmente la irrupción de la democracia, aunque todavía basado en el sistema priista del corporativismo, la corrupción y el capitalismo de cuates instalado desde la época de Miguel Alemán.

Nueva crisis económica y el ascenso de Ernesto Zedillo, tal vez el presidente con la gestión pública más exitosa desde 1950, y tal vez el único realmente liberal y tecnócrata. El cambio democrático del PRI por el PAN en la presidencia de la República creó el arco iris más espectacular de los últimos tiempos. La inexperiencia política y de gestión de Vicente Fox y el todavía formidable poder del PRI, reacio a ceder el poder, dificultaron una auténtica transformación del Estado.

La devastadora crisis mundial de 2008/2009 y la irrupción del poder del crimen organizado como fuerza desafiante del poder del Estado consumieron los esfuerzos de Felipe Calderón que no pudo centrarse en la promoción del crecimiento económico y su distribución entre los millones de trabajadores de la economía informal y los excluidos de siempre. En este contexto, el arribo de Enrique Peña Nieto y del PRI a la presidencia marcaron una enorme contradicción que anticipó la crisis profunda del actual Estado mexicano.

Por una parte, el presidente Peña intentó recomponer la hegemonía priista mediante el impulso de los triunfos electorales de sus gobernadores mediante la compra de elecciones al tiempo que fortalecía los lazos del capitalismo de cuates. Y, por otro lado, promovió reformas estructurales que rompían los últimos reductos de la clase política, no solo priista, que sintió la amenaza de su desaparición con las reformas del sector energético y del sistema educativo entre otros.

En 2018 el desafío para la sociedad mexicana era encontrar quién pudiera reencontrar el camino del crecimiento económico, su mejor distribución con la incorporación de los trabajadores de la economía informal y de los excluidos indígenas, campesinos y marginados urbanos. No le interesaba la democracia como valor y como sistema en sí. Quería mejorar sus condiciones de vida, aunque el gobierno fuera autoritario. Por eso votó. Y por esa razón la olla de monedas de oro, el Estado exitoso, se le volvió a escapar.

En pocas ocasiones la sociedad mexicana puede ver con claridad que los gobiernos elegidos la conducirán a un nuevo fracaso. Con corrupción enorme, con el crimen organizado como actor cogobernante, con el mayor poder del capitalismo de compadres, con la mediocridad alarmante de los equipos gobernantes, con las finanzas nacionales impotentes para relanzar el crecimiento económico, sin reforma fiscal, sin capacidades para hacer realidad que le favorezca a México  la relocalización industrial internacional, sin proyecto de modernización de mujeres y hombres y sin auténtica democracia el experimento actual carece de salidas dignas.

El presente mexicano es de un profundo cielo oscuro, sin la alegría del sol, sin la refrescante lluvia: sin arco iris y sin proyecto ni ánimos para ir en busca de la olla de monedas de oro.