Por Darío Fritz
Los personajes graves como Donald Trump dejan huella. El diccionario nos tira sobre la cabeza sinónimos para grave como peligroso, difícil, espinoso, doloroso, severo, mortal. De cosecha propia se le puede sumar letal, por las consecuencias que traería aparejadas según sus propias definiciones, si se consuma una próxima victoria en la elección presidencial estadounidense —persecución de migrantes, revival antiabortista, encarcelamiento de opositores, abrazo a rusos e israelíes, exacerbación del odio, así como otras que surgen como imán de su ideario; la explosión de coartadas antidemocráticas en el mundo para acceder al poder.
Grave, espinoso, doloroso está siendo para la libertad de expresión, que como no había ocurrido en la elección que ganó en 2016 y en el intento de reelección de 2020, algunos medios de comunicación comienzan a defeccionar cuando de tomar partido se trata. Desde los años setenta, los principales diarios estadounidenses habían adoptado la postura de posicionarse por un candidato presidencial —hubo algunos antecedentes como el de 1952—, una decisión que no implicaba condescendencia editorial posterior si su elegido llegaba a la Casa Blanca. Esta tradición la acaban de romper Los Angeles Times, The Washington Post y el USA Today —en este caso arrastra a otros 200 medios del grupo Gannet. Una estela de indignación ha estallado entre los cuerpos directivos y periodistas —hubo renuncias y declaraciones públicas de rechazo—, quienes han hecho de la diferencia con los propietarios una marca indeleble de transparencia, pero también de límite entre lo que es el negocio editorial y la información. La jactancia de libertad entre esas dos condiciones para llevar a cabo un periodismo independiente —impensable en otros medios de comunicación en el mundo—, se ha quebrado. Hasta los lectores han respondido con enojo a las decisiones empresariales que en el caso de The Post se traduce en el retiro de suscripciones de más de 200 mil lectores (8 por ciento de 2,5 millones de suscriptores de las ediciones online e impresa).
Mirado desde Latinoamérica donde propietarios imponen líneas editoriales e intereses y los directivos y periodistas acatan, sin requerir definiciones políticas explícitas —hay honrosas y escasas excepciones—, la cultura de ese patrón de verticalidad aceptaría como razonables argumentos como el del multimillonario Jeff Bezos. El propietario de The Post —Amazon y Blue Origin, entre otras empresas—, ha justificado: “La mayoría de la gente cree que los medios de comunicación son parciales. Quien no lo vea así es que apenas presta atención a la realidad […] Lo que hacen los apoyos presidenciales es crear una percepción de parcialidad. Una percepción de no independencia. Acabar con ellos es una decisión de principios, y es la correcta”, escribió en su periódico, donde aseguró que no había intereses en la decisión como hacer posibles negocios en el futuro con un supuesto gobierno de Trump.
Ante definiciones como esta, un prestigiado exdirector de The Post, Martin Baron, que ha contado de la difícil convivencia con Bezos y Trump en el libro Frente al poder, sospecha sobre una decisión que se toma a diez días de la elección —la junta editorial pretendía publicar el apoyo a Kamala Harris—, cuando se pudo hacer mucho antes y no estaría mal vista. Otros 16 articulistas del periódico, explicaron allí mismo —esto tampoco ocurriría en medios de América Latina— que “no hay contradicción entre el importante papel de The Post como periódico independiente y la práctica de dar su apoyo político, tanto como una cuestión de orientación a los lectores como una declaración de creencias fundamentales […] Un periódico independiente podría algún día renunciar a dar su apoyo a las presidenciales. Pero este no es el momento, cuando un candidato defiende posiciones que amenazan directamente la libertad de prensa y los valores de la Constitución”.
Bezos, como otros multimillonarios de las nuevas empresas tecnológicas —Mark Zuckerberg (Facebook), Sundar Pichai (Alphabet), Tim Cook (Apple)—, han tenido permanentes llamados de atención e investigaciones por prácticas monopólicas por la Comisión Federal del Comercio de Estados Unidos. Lo une al trumpista, Elon Musk, su pasión por el negocio de la industria espacial, para lo cual requieren de contratos con el gobierno. La negativa a contribuir al fisco con impuesto los hace amigos también. En su primer gobierno, Trump fue un soporte para exentar la carga tributaria de los ricos y se espera que la retome si resulta triunfante el próximo martes 5 de noviembre.
“Quien lucha contra la realidad pierde —ha dicho Bezos en su exculpación—. La realidad es una campeona invicta”. Una mirada inteligente sobre lo que puede venir, de un personaje como Trump, al que el escritor Richard Ford considera un “Oliver Hardy montaraz”, que nadie imaginaría como presidente, pero del que no hay que “llamarse a engaño sobre la amenaza que representa”.
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