La “muerte” del ecosistema: del impacto al equilibrio ambiental

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Por Luis Emilio Soto Fernández

En las urbes modernas, los gatos, perros, ratas y cucarachas parecen formar parte del paisaje. Son lo que muchos llaman «fauna feral», animales que alguna vez fueron domésticos o silvestres y que ahora han adaptado su vida al entorno humano.

Pero ¿cómo entender su impacto en el ecosistema? Esa es una de las preguntas que se plantean ecólogos y urbanistas en la actualidad, una cuestión que en principio parece simple, pero que nos lleva a una reflexión mucho más profunda.

«Ya no podemos hablar de ecosistemas» menciona el ingeniero forestal Martín Mendoza durante una entrevista realizada mediante video-conferencia.

“El público tiene expectativas sobre el significado de las palabras, pero los conceptos ecológicos han cambiado mucho. Hace 50 años, la Sociedad de Ecólogos de Estados Unidos declaró la muerte del ecosistema en la famosa lectura de la Cátedra Magistral Hutchinson.” El ingeniero lo dejó claro: ya no hay ecosistema.

Este argumento, por paradójico que suene, está basado en una visión actual de la ecología que reconoce el cambio irreversible en las cadenas tróficas y en los ciclos naturales debido a la intervención humana masiva. “Hace décadas podíamos hablar de plantas, herbívoros, carnívoros, degradadores… de un sistema en equilibrio. Pero ahora no es así. El impacto humano ha generado un desequilibrio tan grande que ya no podemos seguir utilizando el término ‘ecosistema’ como lo hacíamos antes. Así que, cuando hablamos de fauna feral y su impacto, estamos hablando de un impacto sobre algo que, en el sentido clásico, ya no existe”.

Gatos y la conservación urbana: un dilema moral

El entrevistado ejemplifica a Nueva York y nos lleva al caso de los gatos ferales en Central Park. “La queja era que estos gatos mataban una cantidad enorme de aves, hasta cien mil por año. Los amantes de los pájaros querían un control estricto de los gatos para evitar esta masacre”. Sin embargo, las investigaciones revelaron una realidad compleja: “Los científicos encontraron que los gatos, sí, mataban pájaros, pero también controlaban la población de ratas y ratones, lo que evitaba una plaga peor. No nos gusta la idea, pero el impacto de los gatos no es solo negativo”.

Este dilema ético y ecológico es uno de los muchos que emergen en la interacción entre la fauna feral y las ciudades. “Se llegó a un acuerdo para esterilizar a algunos gatos y mantener la población en un nivel que fuera conveniente tanto para el parque como para los ciudadanos”, explicó.

Autores y voces en el debate

Este fenómeno no es exclusivo de Nueva York. La manipulación del entorno urbano y la coexistencia con animales ferales son problemas globales, y autores como Elizabeth Kolbert, en su libro “La Sexta Extinción”, abordan las consecuencias a gran escala de las alteraciones humanas sobre la fauna y el planeta en su conjunto. En el contexto mexicano, Antonio Lazcano y Julieta Fierro también han resaltado cómo la intervención humana modifica el entorno natural de maneras insospechadas, incluso con especies que alguna vez consideramos “inofensivas”.

La fauna feral, como los gatos y perros callejeros, ya no son simplemente un problema de bienestar animal. Son una parte integral de un ecosistema urbano transformado, donde la conservación, la ética y la supervivencia están en constante tensión. Como advierte nuestro interlocutor: “hay que ser cuidadoso con lo que significan las palabras, porque las realidades que describen están cambiando a una velocidad vertiginosa. Fauna feral y ecosistema, como los entendíamos antes, ya no existen”.

El impacto de la acción humana en la naturaleza: la paradoja del ecosistema

Cuando hablamos de «impacto», solemos pensar en los efectos de nuestras acciones sobre el medio ambiente. Pero este concepto tiene una implicación que ya no es aplicable en un mundo donde el ambiente humano ha desplazado por completo lo que antes considerábamos natural. “No podemos hablar de impacto ecológico en un ambiente que ya no es natural”, explica.

Para ilustrar esta idea, el experto nos invita a pensar en la pesca en el río Tamar en Inglaterra. “El nivel de pesca sostenible en el Tamar es cero”, asegura. Este principio se basa en la naturaleza de las cadenas tróficas, donde lo que pescamos son depredadores de alto nivel, como el bacalao, que se alimenta de una extensa cadena de organismos más pequeños, desde el plancton hasta los peces medianos. “Cuando consumes un bacalao, estás comiendo algo que se encuentra cinco niveles por encima del plancton en la cadena alimenticia”, lo que subraya la fragilidad de este sistema: la extracción de estos depredadores afecta toda la cadena trófica.

La paradoja de la sobreexplotación: sin excedentes en el océano

El ejemplo de la pesca es revelador porque, a diferencia de la caza en tierra, donde se puede medir la población de animales y los excedentes, en el mar no existe un excedente natural. En la tierra, como sucede en países con una tradición de cacería como Alemania, se toman medidas de conservación extremas, como alimentar a los venados en inviernos difíciles para mantener la población. «Es casi como ganado, solo que no está cercado», comenta el investigador.

Sin embargo, en el océano no hay tal control. Los niveles correctos de pesca para especies como el atún o el salmón serían “cero”, porque el mar no se cultiva como la tierra. Hay esfuerzos como los de Japón, que intentan cultivar en ciertas áreas, pero son experimentales. Empresas como Weyerhaeuser en Estados Unidos han comenzado a aplicar técnicas de control sobre el salmón, etiquetando manantiales con su sello para aprovechar mejor la población. “Cosechan los huevos, los crían en incubadoras y luego los liberan al mar para mantener la población”. Pero estas soluciones son costosas y limitadas.

El océano, en contraste, presenta un desafío mucho más complejo. “No puedes cultivar cangrejos de Alaska, por ejemplo. El clima es extremo, la presión en el fondo del mar es inmensa, y las condiciones son demasiado duras para manejar o controlar estas especies”. En resumen, la explotación de los recursos marinos a niveles industriales, como la pesca de millones de toneladas de grandes peces, es insostenible y está condenada a agotar las poblaciones.

Impacto ecológico: una cuestión de derechos humanos

Pero entonces, ¿qué es realmente un impacto ecológico? El experto aclara que “el impacto no es un daño a la naturaleza, porque la naturaleza no tiene intereses ni derechos. El impacto es siempre entre seres humanos”. Al usar recursos naturales, estamos interfiriendo en los intereses de otras personas, ya sea que lo hagamos directamente, como en la pesca, o indirectamente, como en el uso de recursos naturales.

El experto usa el ejemplo del palo de escoba para ilustrar cómo el concepto de «impacto ecológico» no siempre se refiere al daño directo a la naturaleza, sino más bien a cómo los seres humanos utilizan los recursos naturales para afectar a otras personas.

Menciona una ley en Pakistán que permite que un marido golpee a su esposa con un palo de escoba hasta que el palo se rompa, como un medio para «restaurar el orden» en el hogar. En este caso, el palo de escoba, que es de madera (un recurso natural), se convierte en una herramienta de violencia. Así, el impacto no es ecológico, sino humano, porque lo que se está dañando son los derechos y la dignidad de otra persona.

La naturaleza, por sí misma, no tiene defensores legales ni intereses en la ley, algo que es fundamental entender cuando hablamos de «impacto». Los impactos ecológicos, en realidad, se refieren a los efectos que nuestras acciones tienen sobre otras personas, comunidades y generaciones futuras, a través del uso de recursos naturales.

Desde el uso del palo de escoba hasta los proyectos industriales más grandes, como la prueba de la bomba atómica en el Proyecto Manhattan en Nuevo México, el impacto siempre está mediado por cómo nuestras acciones afectan a otros seres humanos.

Impacto ecológico y la Segunda Guerra Mundial: el Proyecto Manhattan

Uno de los ejemplos más claros de impacto humano en nombre de la ciencia y la guerra fue el Proyecto Manhattan, durante la Segunda Guerra Mundial. Las pruebas nucleares en White Sands, Nuevo México, tuvieron un impacto devastador no solo en el medio ambiente, sino en las comunidades cercanas. «El ejército pensó que cinco kilómetros de seguridad eran suficientes, pero resultó que el perímetro debía ser de 15 kilómetros», comenta el ingeniero forestal. La consecuencia: decenas de personas afectadas por cáncer, leucemia y daños a su ganado, sin que se les advirtiera adecuadamente.

El caso tardó 40 años en ser resuelto en los tribunales. Y aunque se declaró al ejército culpable de negligencia, la compensación fue prácticamente inexistente. La mayoría de las víctimas ya habían fallecido cuando se emitió el fallo.

Este es un recordatorio de que los impactos ecológicos no son simplemente cambios en el medio ambiente; son acciones que perjudican a personas y comunidades. La naturaleza puede no tener voz ni derechos, pero las personas que dependen de ella sí los tienen, y es ahí donde radica la verdadera cuestión del impacto.

Impacto de la fauna feral y la cultura humana: un reto de convivencia y arquitectura social

En la Ciudad de México, el uso de los espacios verdes ha cambiado radicalmente, convirtiéndose en puntos de encuentro tanto para personas como para sus mascotas. «La gente ya sabe, lleva a sus animales, ahí socializan humanos y perros. Entonces, es una tradición ya», señala el experto, observando cómo la cultura urbana ha moldeado estos espacios.

Sin embargo, esta transformación también ha traído efectos sobre la calidad de los parques, que ahora «están espantosamente horribles» por el uso intensivo y la presencia de animales. El fenómeno refleja un cambio en la relación entre humanos, animales y la gestión de espacios públicos, donde las líneas entre lo «natural» y lo «artificial» se desdibujan.

La cuestión central aquí radica en cómo manejar a la fauna feral y los animales domésticos sin recurrir a medidas extremas. En países como Estados Unidos se han implementado programas de reducción drástica que incluyen la eutanasia de animales callejeros si no son adoptados en un plazo determinado. Este enfoque pragmático genera controversias éticas, como indica el experto: «en Estados Unidos hay programas de reducción… los capturan y si nadie los adopta en un plazo, los matan». Este tipo de medidas, aunque eficaces en términos numéricos, levantan una profunda discusión sobre el papel del ser humano en la gestión de la fauna feral.

La perspectiva de evitar regulaciones estrictas y buscar un equilibrio es clara. Según el especialista, «yo estoy en contra de la parte de regulación y de que todo es obligatorio, prohibir cosas». Este punto de vista resuena con la idea de que la convivencia con la fauna debe estar fundamentada en la comprensión y el respeto cultural, no en la imposición de normativas que alienen a la ciudadanía.

La ecología moderna: de la biología a la arquitectura humana

Una visión relevante en esta discusión es la de Eugene Odum, un referente clave en el campo de la ecología. Según Odum, la ecología moderna ha pasado de ser una disciplina biológica a convertirse en una ciencia más amplia que incluye el estudio de entornos humanos.

«El mayor avance que hemos tenido en 50 años en ecología mundial es que por fin la ecología es una ciencia en sí misma. No son biólogos, los ecólogos dejaron de estudiar lo natural y empezaron a estudiar lo humano», comentó Martín Mendoza, citando a Odum. Este cambio refleja una necesidad de adaptar el entendimiento ecológico a los retos contemporáneos, donde la gestión de ciudades y la convivencia con los animales forman parte integral del panorama.

En lugar de ver la ecología como una ciencia «moral» o puramente dedicada a la conservación de lo natural, los ecólogos modernos se enfocan en transformar los entornos urbanos, como menciona Odum y Mendoza: «Ahora los ecólogos son arquitectos… estudian casas, jardines, hospitales, bibliotecas, calles, automóviles». La ecología no solo se ocupa del entorno salvaje, sino también de cómo los seres humanos moldean y transforman su entorno para vivir en armonía con la naturaleza.

El impacto cultural en la convivencia con la fauna

Un aspecto clave que surge en la conversación es el impacto cultural de estas decisiones. «Ya entendieron que los perros son manada… entonces tratan de que un perro no viva solo», indica el especialista, señalando cómo ha habido un cambio de mentalidad hacia la socialización y el bienestar de los animales. En este sentido, la «cultura del perro» ha penetrado las urbes, moldeando la manera en que las personas interactúan con sus mascotas y gestionan los espacios compartidos.

Sin embargo, también se aboga por una mayor divulgación y acceso a la información para que la ciudadanía tome decisiones más conscientes: «Yo creo que hay un lado de cultura que, sobre todo a nivel de divulgación de la ciencia, debería de estar más accesible a la gente». La educación es vista como la clave para mejorar la relación entre humanos y animales, una estrategia más eficiente que las imposiciones legales.

¿Es la fauna feral un problema prioritario?

A pesar de los “impactos” mencionados, el experto forestal considera que éste no es un problema de alta prioridad. Para él, existen otros temas más urgentes como la contaminación lumínica y el ruido, que afectan directamente tanto a los humanos como a la fauna. «Apaga la luz. ¿Para qué quieres luz si no la vas a usar? Los bichos nocturnos se desconciertan. Les deslumbra la luz», señala, sugiriendo que cambios pequeños pero efectivos en el comportamiento humano pueden tener un impacto ecológico y cultural significativo.

En este análisis se destaca que la fauna feral, como gatos y perros callejeros, son parte del entorno urbano transformado, en el que las antiguas nociones de «ecosistema» ya no aplican debido al impacto humano. La intervención humana ha generado un desequilibrio ecológico irreversible, y ahora la relación entre animales y ciudades plantea dilemas morales y ecológicos.

Ejemplos como el control de gatos en Nueva York revelan la complejidad de esta interacción, donde la fauna feral no solo genera problemas, sino que también ofrece beneficios. En este contexto, la ecología moderna se ha expandido más allá de lo natural para incluir la convivencia humana y urbana, enfatizando la educación y la divulgación como herramientas clave para gestionar estos desafíos.

 

Imágenes: Unsplash