La Presidenta suelta las manos
Por Javier Solórzano Zinser
La Presidenta y el expresidente se ciñeron al protocolo en medio de la euforia de los suyos. Fue una mañana en que las y los legisladores de la mayoría se metieron en los terrenos de mi reino por una selfie.
Desde que llegaron a San Lázaro todo fue jolgorio. No hubo un solo momento en que la oposición pudiera hacerse valer, un poco, porque se asegura que había un acuerdo previo de civilidad política y, otro tanto, porque hoy la oposición no tiene cómo hacerse presente.
Los desfiguros estuvieron a la orden. No había quien se salvara de la rebatinga por los personajes. El culto a la personalidad tiene una variante, ahora no sólo se trata del que se va, sino también de la que llega.
No sirvieron de mucho las comisiones de recepción legislativa, porque desde que llegaron dio inicio el jaloneo con tal de estar lo más cerca posible, a duras penas los dejaron llevar a cabo el acto de honores a la bandera. Estábamos ante un cambio de mando que debiera representar la atención y los reflectores para una y el paulatino olvido para el otro.
Se han dado muchas interpretaciones sobre el discurso de la Presidenta. Ayer se decía que había tomado cierta distancia de López Obrador. No alcanzamos a verlo de manera como lo quieren hacer ver algunos o como lo desean otros.
Uno de los elementos de mayor interés sobre la participación de Claudia Sheinbaum fueron las muy interesantes y alentadoras referencias a las mujeres en el pasado y lo que debe ser para el presente y futuro. El repaso de la historia se convirtió en un momento en donde hizo a las mujeres invisibles visibles. Fue uno de los momentos más importantes y sensibles, el cual logró un consenso, a pesar de que algunas y algunos en la oposición lo desestimaron quizá sólo por asumirse como opositores.
Era previsible el elogio a López Obrador. No escatimó ni contenido ni palabras colocándolo en un pedestal que de alguna manera el mismo expresidente se ha ido construyendo. Le dedicó buena parte de su discurso, con equívocos voluntarios o involuntarios cuando se refirió a él como Presidente para reparar de inmediato y decirle Andrés Manuel López Obrador.
Es claro que la Presidenta sabe muy bien cómo organizar sus discursos. El problema que se viene es cómo hacerle en asuntos como el ofrecimiento de becas a los estudiantes de primaria y secundaria de escuelas públicas; como el no subir el precio real de las gasolinas; los proyectos de trenes de pasajeros en varias zonas del país, entre otros, la pregunta es con qué base económica se va a hacer todo ello para sustentarlo; el 15 de noviembre se discutirá el presupuesto y ahí se verá en el renglón de ingresos cómo le va a hacer.
Otro momento que acaparó la atención fue el saludo cortés de la Presidenta a la presidenta de la Corte, Norma Piña. Fue la propia Claudia Sheinbaum quien se acercó a saludarla, lo cual significó un encomiable acto de civilidad. Sin embargo, al referirse a la reforma al Poder Judicial la Presidenta no abrió ningún espacio para poder discutir al menos las leyes secundarias. Fue contundente, lo único que podríamos esperar ahora es que haya sido parte de una narrativa que pudiera cambiar eventualmente más adelante.
No pareciera que esté en el radar inmediato de la Presidenta el diálogo con la oposición. Tampoco hizo referencia alguna a los colectivos de las madres buscadoras, los feminicidios, los desaparecidos, los migrantes en nuestro país y los desplazados. Esperemos que no tenga que ver con aquello que dijo de que lo que no se menciona no existe.
Es obvio que hay mucho por decir y explicar por delante. Claudia Sheinbaum es nuestra Presidenta y todas y todos tenemos que estar con ella lo que no quita la crítica ciudadana a la que sirve.
RESQUICIOS.
Por la tarde con los muy suyos, la Presidenta profundizó en lo que son sus principios y leyó sus 100 puntos de Gobierno. En el papel se confirma la continuidad y, por ahora, un apego en plena consonancia con su antecesor.