Quebradero

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Seguimos siendo una sociedad plural

 

Por Javier Solórzano Zinser

El Gobierno ha mostrado en varias ocasiones que su memoria es corta. Se sigue señalando al pasado como eje de los males y pasa por alto que lleva seis años en el ejercicio real del poder y que muchos asuntos están en su ventanilla.

Ponen por delante que antes eran peor las cosas para atenuar las críticas de lo que hoy son la gobernabilidad y las formas sociales en el país no están aparejadas con la terca realidad.

Lo que pasa en la cotidianidad es que a menudo terminan siendo como los de antes. No sirve de mucho plantear que antes era peor como una justificación para que ahora sea menos peor.

Lo que han llamado la creación de un nuevo régimen no puede construirse sólo a partir de reformas interminables. Bajo la dinámica en que vamos entrando lo más delicado y riesgoso de todo es que en función de lo que se propone la división de poderes, empiece a diluirse.

El Congreso con la mayoría del partido del Gobierno está en un proceso de control y aprobación de reformas en que el diálogo es un pretexto para justificar la maquinaria legislativa. Algunos legisladores no encuentran la necesidad de dialogar con la oposición, de hecho, el Presidente no se reunió a lo largo de su sexenio en ninguna ocasión con la oposición, lo que no queda de otra que interpretar como el  menosprecio y el desinterés en la pluralidad para ejercer la gobernabilidad.

Esta tendencia de alguna manera fue la que se vivió en las cámaras estos seis años. En ocasiones se criticaba a conveniencia a la Corte por sus fallos, pero en muy pocos momentos se reparó en la forma en que se estaban haciendo las cosas. El famoso viernes negro en que se aprobaron una gran cantidad de reformas en la vieja casona del Senado fue motivo para una crítica desatada en contra de las y los ministros. No se reparó en que todo el proceso estaba fuera de lugar en términos de ley, como lo reconoció la senadora morenista y exministra de la Corte Olga Sánchez Cordero.

La creación de un nuevo régimen no puede permitir simulación alguna. Plantear que se ha erradicado la corrupción, que la CNDH es garante de los derechos humanos, que se han creado condiciones para erradicar la violencia, aprobar una reforma al Poder Judicial que genera dudas justificables, no puede ser visto como la creación de una nueva concepción del Estado.

Al Presidente a menudo lo ha alcanzado la terca realidad. No se sabe si todo el reconocimiento que sus furibundos seguidores ponderan de su gestión pueda trascender a la vida del país, porque, sin duda, creó estados de ánimo más polarizantes de los que veníamos viviendo. López Obrador desde siempre ha querido pasar a la historia como un hombre que logró reestructurar la dinámica del país y que además tuvo como eje de su gobernabilidad la defensa de los más desprotegidos.

Esto último no merece cuestionamientos. Una de sus máximas ha sido ocasión para que el país voltee a quienes eran invisibles y que son parte integral del país desigual e injusto: los pobres. Sin embargo, en el proceso de reestructuración del país en lugar de integrarlo lo acabó dividiendo.

Apelar a la gran cantidad de votos que obtuvo Claudia Sheinbaum y Morena para justificar la unilateralidad  no debe pasar por alto que muchos ciudadanos se abstuvieron o votaron por otras opciones políticas, lo que produce un país con una minoría legítima con derecho a voz y voto fundamental para la pluralidad, la democracia y la gobernabilidad.

Es cierto que la oposición vive atribulada, pero también es cierto que detrás de lo que estamos viendo aparece como constante una visión unilateral del hoy y quizá de lo que quieren mañana.

El 2 de junio no erradicó la pluralidad en nuestra sociedad.

RESQUICIOS.

Que recordemos, en pocas ocasiones habíamos visto tantas medidas de seguridad tan extremas en el Senado. El asunto llama además la atención porque quienes hoy gobiernan eran brutalmente críticos ante medidas de esta naturaleza en otros tiempos; es lo que es.