Por Darío Fritz
Los más exigentes dicen que no se puede enseñar a escribir bien, solo a leer bien. Quizá el punto de vista pase por la vara con que se mide. Si ese escribir bien se redirecciona hacia los Carver, Walsh, Rulfo, Marías, Muñoz Molina, Joyce o Flaubert, sí resulta ilusoria la vara, pero siendo humildes la cosecha es posible siempre que se trate de trabajo y persistencia. Y no creo, pese al convencimiento de algunos más ilustrados y estrictos, que un taller de escritura creativa o dirigido hacia algún tipo en especial, desde la periodística a la poesía, solo sirva para conocer colegas y escritores de talla, o darse un chapuzón ante los demás por el ego exaltado de una escritura que requiere aún horas de buceo. Muy pocos tienen la posibilidad de pasar por el programa de maestría en escritura creativa de la Universidad de Iowa. Escribir no es para estar felices. El camino siempre estará torpedeado por angustias. La felicidad está al final, en la síntesis del acumulado. Siempre y cuando sientas que lo has logrado.
Sin pretensiones de hacer de este un texto de recomendaciones, uno puede apuntar sobre la escritura por lo que le ha llegado a las manos, propuesto por otros o descubiertos en la búsqueda. Nada mejor que quedar atrapado en las guías de quienes se abren a transmitir, sugerir, aconsejar.
El trabajo constante sin huir de la silla ilustra la obviedad; de dos, cuatro u ocho horas diarias, mil palabras es un buen número. Cada uno se impone su ritmo. Aquellos de las musas por llegar es tan solo una excusa romántica. Leer, corregir, disciplinarse, profundizar, apasionarse, detallar, aplicar sustantivos y verbos precisos, hacen a la rutina. James Salter es muy concreto en El arte de la ficción, como musicales la textura de sus novelas. En un centenar de páginas deja las bases muy bien establecidas sobre por qué escribir, para qué escribir, cómo hacerlo. “No debe haber palabras erróneas ni palabras que degraden la frase o la página”, aprecia exigente. Algo también que comparte Stephen King, en Mientras escribo. “Solo aprenderás practicando”, dice el de El resplandor. Y ofrece una pauta clave para concentrarnos: “Una puerta que estés dispuesto a cerrar. La puerta cerrada es una manera de decirle a los demás y a ti mismo que vas en serio”. Muy completo resulta Richard Ford, en Flores en las grietas, así como complejo puede resultar John Gardner. Umberto Eco tiene dos textos para una inmersión de la que salimos con más oxígeno: Confesiones de un novelista y Construir el enemigo.
En Escribir, Marguerite Duras deja frases, una detrás de otra, que te hacen girar la cabeza. “La escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de los que vamos a escribir. Y con total lucidez”. Una invitación a organizarnos, a anticiparnos por dónde irá el texto. Ingenuos o sentimentales, a decir del turco Orhan Pamuk. Los que escriben con espontaneidad y naturalidad o aquellos que lo hacen desde la reflexión y la emotividad. “La escritura llega como el viento —blande Duras su definición afilada—, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida”. Por eso escribir no se puede tomar a la ligera, si se quiere hacer bien. Se aprende a golpes sobre el teclado, entre muchos errores y menos aciertos. Con algo de genialidad, mucho de pasión e insobornable trabajo sobre el papel y la pantalla. En la noche o la madrugada, por la mañana, nunca durante la siesta, sobre la arena, en una habitación sin luz natural o rodeado del murmullo de los pasajeros en un tren. Indiferentes al resto.
¿Cómo ser original? ¿Cómo ser creativo? Algunos se adentran más que otros a explicarlo. Lo aborda Murakami en De qué hablo cuando hablo de escribir y en ese otro texto desopilante sobre la creatividad, como es De qué hablo cuando hablo de correr. Tener estilo, superar ese estilo y hacer de la originalidad una norma, propone. Buscar ejemplos del origen de la creatividad, tiene en Bradbury un estándar sublime por su sencillez. Describe en Zen en el arte de escribir: “Hay ideas en cualquier lugar, como manzanas deshaciéndose en la hierba”. Sugiere escribir algunas palabras y de ellas hilarlas para crear personajes, y tener en un par de horas un cuento. Parece fácil en boca de un genio, pero ¿cuántos de ellos hay? La respuesta se repite: persistencia, trabajo.
¿Dónde hallar esas ideas? La británica Elizabeth Taylor (no es la actriz legendaria recuperada en el reciente documental de Max) las descubría mientras planchaba. Que es lo mismo que pensarlas bajo la ducha, cortando un pedazo de carne para cocinar o escuchando a los peatones en la calle. Y por supuesto, las autorreferencias.
Borges, Novokov, Cortázar, Calvino, Pamuk, Gornick, han dejado en conferencias y entrevistas, miradas, observaciones, experiencias, que resumen modos, formas y contenidos. El arte de la ficción, de Edith Wharton, o el mismo Bukowski, que de educador no tenía nada, pero sí reflexiones, reunidas en el reciente La enfermedad de escribir, ofrecen guías necesarias.
Y están también lo que obligan a ponerse el overol. Si es que se quiere aprender a fondo. La cocina de la escritura abre los ojos. Daniel Cassany deja allí huellas muy prácticas para una redacción ejemplar. En especial, si se es periodista. Lo mismo que Sergio Bulat, en Coaching para escribir. Una más: Leila Guerriero, en Zona de obras y Teoría de la gravedad. La lista puede ser amplia. Más didáctico, 50 consejos para ser escritor, del estadounidense Colum McCann, una vía llana para entrar en materia. Otros, El arte de escribir, de David Vicente, o Escribir es de locos, de Félix J. Palma, aunque sin las profundidades del primero. El arte de la ficción, de David Lodge, con sus ejemplos prácticos para trama, personajes, listas, inicios, el tiempo o el punto de vista. Y Los mecanismos de la ficción, de James Wood. Las clases de Hebe Uhart, compendian talento y experiencia. Para quienes frecuenten la novela histórica, Rhona Martin.
Y sino, y como recurso primario, leer, leer, leer. Didion, Fosse, Auster, Cercas, Lehane, Vilariño, Bonnet, Maia, Black, Pavese, Franzen, Piñeiro, Luiselli. En esos y en tantos otros, hay historias que se cuentan, música en la lectura y un atajo descomunal para vivir.
@Darío Fritz