Por Uriel Flores Aguayo
Desde luego que hay diferencias por historia y niveles de antidemocracia entre Cuba y Venezuela; en el primero domina el totalitarismo y califica para dictadura, mientras que en el segundo existe el autoritarismo y es una semi dictadura. Los cubanos llevan padeciendo a una gerontocracia encabezada por los hermanos Castro por 65 años, en tanto que los venezolanos han sufrido al gobierno locuaz y represor de Chávez y Maduro por 25 años.
En los dos casos el origen, sin demeritar al contexto social y económico respectivo, tiene que ver con caudillos iluminados que desarrollaron una brutal hambre y acumulación de poder. De sus ideas y ocurrencias provienen gobiernos de un solo hombre, con administraciones hechas a su imagen y semejanza, con pensamiento único, sin elecciones absolutamente o sin elecciones libres; el culto a la personalidad se anida en los medios de comunicación a su servicio, en la educación doctrinaria y en la propaganda.
Las mentiras y la demagogia son la esencia del discurso oficial. Son gobiernos sin contrapesos, donde la democracia es hueca o de fachada, donde no se respetan los derechos humanos ni la pluralidad. Sin Estado de Derecho, sus economías declinan y colapsan. Su situación es dramática en cuanto a economías en crisis permanente, pobreza y huida masiva de sus ciudadanos. Su llamado socialismo es una estafa, caricatura y modelo fallido, cuya declaración mortuoria ocurrió en 1989 con la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética.
En Cuba se instaló una dictadura en el contexto de la Guerra Fría. Superada ésta, lo que queda es un ejercicio casi monárquico del poder. Lo de Venezuela es una mala copia, una caricatura. Al final, se llamen como se llamen, su imaginación es pródiga, lo que queda es un poder absoluto que se vuelve infinito. Es tan artificial todo lo que los rodea que casi exclusivamente se mantienen por la fuerza y represión policial y militar.
Tienen ese tipo de gobiernos, habría que agregar al de Nicaragua, rasgos comunes: polarizan con un discurso de odio, demonizan y deshumanizan a sus adversarios, inventan teorías de conspiración, se fusionan con su historia y los héroes de sus países, son omnipresentes, erigen gobiernos de fachada, viven de la mentira y la demagogia. Lo único que les interesa es mantener, concentrar, ampliar y perpetuar su poder. Es su condición humana con rasgos patológicos. Les encanta mandar y ser vitoreados por lo que llaman pueblo. No hablan de ciudadanos.
Sin contrapesos son capaces de dar cuerpo a cualquier ocurrencia; de ahí vienen los arteros ataques a la democracia toda, en algunos casos brutales represiones y las obras faraónicas. Son desproporcionados en todo tal como corresponde a individuos con aires de divinidad y de redentores. En esas condiciones hacen gobiernos a su imagen y semejanza. Tienen sus propios partidos cuya función es operar las órdenes y deseos del líder máximo. Tienen tanto poder que terminan desquiciados y se vuelven adictos al mismo. Fundan el necesariato y se asumen como indispensables. Normalmente no sueltan el poder hasta que los echan o cuando “cuelgan los tenis”. Son accidentes históricos. Destruyen a sus países, los condenan a la miseria y a una vida sin libertad y sin dignidad. Son una tragedia.
Lamentablemente, para asombro extendido, México está haciendo ese recorrido cuyo destino es perfectamente previsible. El sacrificio cubano y venezolano debería ser suficiente para hacer las cosas bien y mucho mejor en nuestro país. Deberíamos ahorrarnos sacrificios inútiles y cuidar la ruta de progreso que necesitamos. Ojalá no sea demasiado tarde para detener o limitar el retroceso nacional.
Recadito: el año de Hidalgo en Veracruz está a todo lo que da.