Ver donde no hay nada

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Por Darío Fritz

Todo sonrisa, el médico soltaba apasionado las palabras en un tono portentoso, inquebrantable. “No hay nada. Nada de peligro. Nada que perseguir. Nada de cáncer. Nada de nada”. Cuando uno llega al médico solo con observar los tonos y miradas basta para entender si nos alcanzará un latigazo o la caricia, aunque están entrenados para que los hachazos se derramen a cuentagotas como el suero entra a las venas. Todo se sustancia en cómo uno procesa la información. Conocedor de la historia familiar de abundante convivencia con tumores malignos, el dermatólogo quiso ser contundente. De la piel no llegaban malas noticias. Consumadas las explicaciones derivó hacia alternativas de un futuro al que a los sanos a veces no nos alcanza: los estudios genéticos en enfermos con cáncer pueden complementarse con los de sus descendientes sanos para que estos hagan prevención. La situación me hizo acordar a una frase que acababa de leer en días anteriores de la escritora María Gainza: “Lo importante anida en otro lugar… Ver donde los demás no vemos”.

La complejidad de la medicina se concentra en las batallas que libran quienes están allí dentro, el resto la sintetizamos en una mixtura donde conviven la empatía que buscamos en la atención para cada padecimiento y la entrega descarnada de nosotros mismos para que nos resuelvan lo que la ignorancia nos impide remediar. Podemos ver en cada rostro de ellos una extensión del semblante frío de Dr. House, aunque nos esperanzamos que detrás de eso haya también genio y resolución, o de su contracara, el Dr. Robert Leonard, formal, de sonrisa forzada, eficiente, ambiguo.

En “Después del huracán Katrina”, la serie dirigida por John Ridley (Apple TV), más parecida a documental sobresaliente que a ficción -se basa en hechos reales-, aborda sin sutilezas los cinco días fatídicos y desorbitantes en un devastado hospital privado de Nueva Orleans, donde sobrevivir a la tragedia se asemeja a quimera. Ridley no da lugar a sentimentalismos ni recurre a héroes. Las víctimas son todos. El calor asfixiante parece salir de la pantalla, el caos y la desorganización impera. Fatiga, estrés, ansiedad. Se termina el agua, no hay electricidad, los pacientes temen que los abandonen. Sin protocolos, los médicos se ven obligados a marcar a los desahuciados para la evacuación. “Llega un momento en que nada puedes hacer por ellos, más que mantenerlos cómodos”, dice la doctora que en los siguientes tres capítulos será el centro de una investigación judicial por los 45 cuerpos hallados luego de vaciar el hospital. “Lo sé -responde la jefa de enfermeras-. Ve a hablar con el doctor Cook sobre eso”, le propone. Cook acababa de dormir con pentotal a un grupo de mascotas que no podrían ser rescatadas.

Según la óptica de quien lo mire, la historia terminó bien para el personal de salud. No hubo culpables después de que un jurado los desechara. Tampoco nadie fue acusado por la tragedia de miles de muertos por Katrina y la destrucción de la ciudad. Mal terminó si se observa que había pruebas de que varias de las muertes distaban de haber sido naturales. Las circunstancias hacen que no siempre se mire lo justo con el mismo rasero para todo. Quién dice que mañana no nos toque, al contrario de las buenas noticias del dermatólogo.

@DarioFritz