Distracciones absurdas

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Por Darío Fritz

Déjate sorprender. Cierran los ojos y descubre lo nuevo al abrirlos. Se suele escuchar como un mantra. La manera de quitar la pena, atacar el aburrimiento, evadir la depresión. Lo imagino como una reflexión del yoga -aunque nunca lo he practicado- o saltando como letras tintineantes del interior de las páginas de libros de autoayuda que algún gurú o predicadora de la banalidad catequiza desde sus portadas en la librería junto a las novedades del mes, de denuncias periodísticas de corrupción, novelas de autores exitosos, ensayos sobre la soledad o la poesía de una autora asiática desconocida. Los contrastes nos sorprenden a flashazos para irrumpir en la cotidianidad de los grises de cada día. Un cementerio pegado a un bar donde a partir de la media tarde la música salta estridente con los temas pegadizos de Shakira, Taylor Swift, Belinda, K-pop y Duki, la lluvia que cae cercana y a lo lejos los rayos de sol penetran sobre la ciudad entre nubes dispersas, la desigualdad en una artesana indígena junto a sus hijos que intenta vender a turistas vestidos en la playa de trajes de baño y anteojos oscuros de marca, el despacho de un abogado junto a puestos de verduras en el mercado, las pollerías que dejan caer sus aguas de grasas y desperdicios a la calle frente a una oscura oficina de la policía especializada en casos de delincuencia organizada.

Las circunstancias pueden dar lugar a los disparates y se asuman como parte de la normalidad. También hay disparates con intenciones. El Hospital de Niños del DIF de Hidalgo fue inaugurado en 2010 sobre la avenida de acceso a Pachuca con gran fanfarria y un gran detalle por el que fue promocionado: su conexión con el vecino Dinoparque, un área abierta del Museo El Rehilete creado trece años antes con representaciones de dinosaurios en tamaño gigante. Y así es.  Separados por una barda de cilindros de metal, de un lado niñas y niños ríen y corren en un sábado cualquiera, y sus padres los hacen posar o se toman fotos; y del otro el área de ingreso a emergencias del hospital, preparada para recibir ambulancias y con las bancas donde los adultos esperan atención, explicaciones, información, remedios, buenas noticias. Atenuar el dolor. Padres en una y otra situación pueden cruzar miradas, advertir qué bien podrían ocupar el rol del otro, o negarse a mirar al otro lado simplemente porque su realidad ya está definida, lo cual me resulta lo más probable.

La empatía no se suele dar por obligación. ¿Qué padre después de entrar con su hija enferma a un hospital tendrá la aspiración de llevarla al museo una vez dada de alta, para jugar y tomarse fotos? ¿Qué niño tendrá fuerzas para cavar en el arenero y buscar restos de dinosaurios después de someterse a un tratamiento hospitalario?

“El dolor es el dios que a menudo nos convoca”, recuerdo haber leído. “¿Qué hacer con el dolor, dónde ponerlo?”, se pregunta en “Diario” la poeta colombiana Piedad Bonnet. Podremos distraerlo un rato, en la mejor de las intenciones darnos unas gotas de amnesia fugaces. Pero nada llegará a enmascararlo.

 

@DarioFritz