Libertad de «opresión»

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Por Ruby Soriano

Celebrar la libertad de expresión por parte de los gobernantes en funciones o próximos a ejercer mandato, se me hace un acto puramente ficticio y protocolario.

La vieja costumbre de las comilonas para celebrar al periodismo en su día, la narra acuciosamente Rafael Rodríguez Castañeda en su libro Prensa Vendida.

Y es que las décadas pasaron, pero ciertamente el país involuciona en un túnel del tiempo, para traernos esa época de los besamanos convenidos a discreción de dueños de medios de comunicación.

En la reciente comida organizada de manera conjunta entre el gobernador de Puebla, Sergio Salomón y el virtual gobernador electo Alejandro Armenta, vimos arquetipos que son ampliamente conocidos en estos actos de poder, donde lo que menos se puede celebrar es propiamente la libertad de expresión.

El besamanos es concebido por los gobernantes como la mejor prueba de sumisión de los tecleadores que pasan de un sexenio a otro cambiando de discurso en función del acuerdo o convenio que les otorguen para hacer un periodismo que, en muchos de los casos, no se limita a lo oficioso, sino raya en el servilismo a sueldo.

Cómo entender esta relación opaca de periodismo y poder, cuando se silencian a jóvenes reporteros que van contracorriente diciéndole NO al chayote, al cochupo, al negocio.

Una gran parte de los dueños de los medios de comunicación se sumergen en la embriagante zalamería en la que hallan la ruta del enganche para los “business” que puedan surgir más allá del convenio de rigor.

Prensa y poder se embelesan en una relación donde lo abyecto cobra una credibilidad rota por la tinta enganchada con acuerdos y las letras cedidas con temor.

La amnesia periodística es quizá el «mal» más recurrente para invalidar lo que en el pasado denunciaron y en el presente sepultaron.  ‪Los convenios siempre imponen mordaza.

¿Cómo creer en los discursos que se pronuncian desde las comilonas de la “libertad de expresión? Y cómo hacerlo, si desde el escritorio de los gobernantes se elige a los periodistas que sujetos a los dueños de las empresas para las que trabajan, emiten breves chispazos de medianía libertaria anulada por la zalamería supervisada desde la mesa donde comen sus patrones.

La crítica en estas celebraciones no tiene lugar. Aquí sólo caben los abrazos de caguamo, el tequila, la cita con el vocero en turno para amarrar la mesada o el negocio extra.

El periodismo y la libertad son los grandes ausentes en una celebración que caduca entre los retrocesos y la intolerancia de muchos de estos personajes que ocupan a violentadores para azuzar a una prensa independiente, que pese a todo sigue con mucho oxígeno para seguir escribiendo, denunciando y exhibiendo.

Soy alérgica a «santificar» políticos. El ejercicio de la política requiere mucha estrategia, pero en su lado B, también se halla la tenebra, corrupción y excesos de poder.

La función de la prensa y medios de comunicación, no es aplaudirles a gobiernos y políticos en funciones, sino analizar su desempeño y cuestionarlos. Aquí es donde estriba la diferencia.

 

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