Por Sandra Luz Tello Velázquez
Hace unas cuantas horas inició el periodo de veda electoral, que no es más que el espacio destinado a la reflexión de todos aquellos que debemos ejercer el voto. Este tiempo es quizá el más apropiado para reconocer propuestas, para identificar si son viables o se mantienen en las nubes, sin sustento, ni posibilidades de ser llevadas a cabo.
De igual manera, este tiempo parece regalarnos un espacio para respirar sin el bombardeo de la propaganda, sin los dimes y diretes de las candidatas y el candidato que pretenden ocupar la presidencia de la República o de aquellos que luchan por conquistar cargos públicos, ya sean locales o federales, pues esta elección 2024 será reconocida como la más grande que ha tenido México, ya que se celebran elecciones federales y la concurrencia de las 32 entidades federativas.
Una recomendación para descansar, sin dejar de reflexionar acerca de los convulsionados días anteriores y las campañas que nos invadieron o de las decisiones que deberán tomarse podría ser el inicio o la reavivación de la lectura literaria, la cual puede llevarnos a pensar que parecemos formar parte de una sociedad producto de la representación ficticia, cuyas características negativas han sido causadas por la alienación.
Es evidente que, en el tema político, México es un país distópico, que parece haber sido creado por la mente de algún escritor, merecedor del premio Nobel de Literatura. Diversos autores de distintas épocas y geografías han utilizado la ficción para crear sociedades imaginarias con regímenes totalitarios, cuyos sistemas de control opresivo y figuras gobernantes corruptas o cegadas por el hambre de poder oprimen a la población hasta llevarla a enfrentar consecuencias funestas, que esperemos no sean las nuestras.
Un elemento común en la literatura distópica es la recreación de un gobierno totalitario que ejerce un control absoluto sobre la vida de sus ciudadanos. Obras como «1984» de George Orwell o «Un mundo feliz» de Aldous Huxley presentan sociedades donde el pensamiento individual es suprimido, la vigilancia es omnipresente y la propaganda es utilizada para manipular a las masas.
Las historias de dichas novelas pueden ser percibidas como una crítica mordaz a las tendencias autoritarias, pues nos permiten reconocer en la narrativa los peligros de concentrar demasiado poder en manos de un solo individuo o partido. Quizá este debería ser el material para reflexionar acerca del error que conlleva “votar todo por un partido o coalición”.
Finalmente, en un país como México, en el que las amenazas a la libertad individual y la democracia siguen latentes, la literatura distópica es una estrategia valiosa para despertar nuestra conciencia crítica y luchar por una mejor nación.