Por Darío Fritz
Las palabras fuera de contexto pueden llevar a distorsiones. Algún editor en un paso por Guadalajara solía despotricar contra cierta descripción. La descripción de “derecha” para un partido político o de “izquierda” para otro. Son etiquetas, argumentaba, y no hacía honor a las personas que lo integraban, a su parecer de amplitud de criterios.
Podía tener razón moral o teórica, pero las instituciones políticas, desfallecientes desde hace largo tiempo y tomadas por algunos personajes y sus grupos de cómplices, sin ánimo de debatir sino de obedecer a ciegas, se definen por sus intenciones, actos, imposiciones. Esperar a que incluyan ideas y colores multifacéticos sería como esperar de un negacionista a que elogie la aplicación de vacunas, proteste por el cambio climático o defienda la igualdad de género.
La denostación por el contexto de aquel editor que abogaba por la inexistente objetividad y solía lustrar con denuedo los oídos de sus jefes, bien le cabe a estos tiempos donde se gobierna con mayor definición sobre la diestra o siniestra, según se consideren ubicados, aunque todos los días nos sorprendan con decisiones similares, explicadas bajo el serpenteante y difuso criterio de los sitiales ideológicos.
Por derecha y por izquierda germinan coincidencias, extrañas y absurdas. Benjamín Franklin elaboró la teoría de los fluidos eléctricos donde dos extremos de carga positiva y negativa se atraen, no así cuando son iguales. Pero eso es física, y la ciencia lo explica. En política, donde brillan los condimentos humanos, el paralelo puede ser tramposo. La coincidencia germina en gobiernos que por derecha o izquierda dejan en el desamparo a enfermos de padecimientos con altos costos —cáncer, trasplantes, cuidados intensivos neonatales— y en la entrega de medicinas. Germina en incrementar el desempleo gubernamental, licuar los avances de las áreas de ciencia, sostener una inversión regresiva en educación superior, minimizar los derechos humanos o quitar programas de respaldo a madres trabajadoras. Germina por izquierda o derecha la renuncia a que el Estado apoye la creación cinematográfica y cierre todo grifo a la subvención que el sector privado no puede suplantar. Verbalizan corrupción de otros que nunca denuncian, presentan datos de imposible demostración.
Germina de ambos lados un escozor desenfrenado hacia todo lo que huela a información y libertad de opinión: los periodistas están atados a intereses antigubernamentales, dicen, los analistas tienen datos irreales y los medios atentan contra el gobernante. Hasta las propias agencias de información oficial son cerradas de un golpe de escritorio en pocas horas —se pierden centenares de empleos, se silencia información para medios de escaso alcance en los estados, se pierden décadas de archivo de la historia del país— porque la voz presidencial, sin intermediarios, es suficiente para propagandizar. Germina por izquierda y por derecha en México como en Argentina, en El Salvador como en Nicaragua y Venezuela. Coinciden en un lenguaje díscolo e infeccioso que unifica enemigos: conservadores, casta, corruptos, cínicos, enemigos del pueblo, traidores a la patria.
Antes de que hace 2,500 años empezara en Roma la batalla para que las leyes igualaran a todos, tanto jefes tribales como caudillos y nobles se erigían en la única fuente del derecho. Por derecha y por izquierda hoy germina una intención de regresar a aquellas interpretaciones de las leyes que impone el más fuerte. El análisis más expeditivo y superficial sobre estas coincidencias y gérmenes dirá que se trata de populismo. Los extremos no se tocan, definirá. Escribió Bertolt Brecht; “Siete veces pasas sin ver/ A la octava condenas sin mirar”. Lo peor que nos puede pasar sería permanecer con los ojos cerrados.
@DaríoFritz