Quebradero

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Ayotzinapa. No hay para dónde

Por Javier Solórzano Zinser

Cada vez está más lejos el entendimiento entre los padres de los estudiantes desaparecidos en Iguala, la Normal Isidro Burgos y el Presidente.

Lo que ha pasado estos días muestra que las diferencias se han agudizado de manera notoria, a lo que hay que sumar el asesinato de un normalista a las afueras de Chilpancingo.

Las primeras versiones fueron claramente contradictorias, al paso del tiempo se ha visto que son  sesgadas. Se habló de que los jóvenes normalistas se habían pasado un retén que llevaban droga y alcohol. Nada de esto se probó el fin de semana.

Presumimos que desde el Gobierno federal se percataron de ello, porque con urgencia atrajeron el caso hacia la FGR, lo cual no necesariamente es aval de que las cosas vayan a seguir un curso en que pueda ser conocida la verdad de los hechos.

Lo peor que podía pasar en la tensa relación entre los padres de familia de los normalistas desaparecidos y el Gobierno terminó por pasar. Se abrió un riesgoso flanco y lo más probable es que las cosas terminen distanciadas y que con rumbo al final del sexenio el Presidente siga llenando de adjetivos a los asesores de los padres de familia a quienes, por lo que se ve, no les concede la capacidad de razonamiento, asegura que están siendo manipulados.

López Obrador ya entró de alguna manera en un enfrentamiento con los normalistas y su entorno. Al pedir que se manifiesten no sólo ante su candidata, sino también ante los otros candidatos, además de que de nuevo se mete en el proceso electoral, no entiende la dinámica bajo la cual se mueven y actúan los normalistas.

Los estudiantes se van a manifestar ante Claudia Sheinbaum, porque la ven como una mujer progresista que tiene que ver con sus causas y ante las cuales presumen será sensible. Lo hacen, porque en algún sentido se identifican con ella, no es persecución o la búsqueda de incomodarla, lo hacen con ella porque presumen que hay una empatía ideológica y ella los va a atender.

Esto no lo ve el Presidente, porque invariablemente se mueve en los terrenos del estás conmigo o contra mí y, sobre todo, porque quien ejerce la crítica hacia su Gobierno termina por ser señalado y difícilmente es escuchado. La irrupción en Palacio Nacional fue un grito desesperado porque se acabó la comunicación con quien asumió, de manera poco ortodoxa, porque es un asunto de los aparatos de justicia, la plena responsabilidad del caso.

Lo que pasó en Chilpancingo pudo deberse a la cada vez más difícil y compleja situación en Guerrero. Es tal la tensión que cualquier circunstancia, por menor que sea, se convierte en foco de violencia. La acción de los policías locales tiene que ver con la falta de protocolos de actuación y con un temor justificable que viven en la cotidianidad.

Ayotzinapa camina rumbo a una lamentable asignatura pendiente. El Presidente ofreció atenderlo y resolverlo, pero acabó rebasado por todos lados y además señalado por los normalistas quienes le perdieron la confianza.

El velorio de Yanqui Kothan Gómez Peralta, el normalista asesinado, terminó por ser un mitin político en donde la madre de Yanqui pidió que por ningún motivo se baje la guardia, el no venderse y no dejar de luchar.

Si el Gobierno no resuelve en lo inmediato este asunto y hace justicia, las cosas inevitablemente entrarán en el mayor de los riesgos. Los normalistas no van a bajar la guardia, así se ha visto a lo largo de todos estos años y de su historia. Lo que ha venido pasando para López Obrador es una “provocación” y para los normalistas es una estrategia de lucha.

A querer o no, entre el Presidente y el Ejército se encargaron de crear distancia y alta dosis de desilusión.

RESQUICIOS.

Hablando de riesgos. Un grupo de normalistas secuestró ayer a dos elementos de la Guardia Nacional. Los interceptaron en la carretera de Chilpancingo a Tixtla y les quemaron sus patrullas; el riesgo al límite.