Debatir para cambiar
Por Javier Solórzano Zinser
Están a la vista los achaques que tienen los procesos electorales. A lo largo de años nos fueron útiles y efectivas sus reglas, pero ahora buena parte de ellas han entrado en el terreno de las complejidades que van limitando la democracia la cual vive en evolución.
No tiene sentido desacreditar lo que hemos hecho. Las elecciones parten de la desconfianza y por ello las hemos llenado de candados que generaron certidumbre para la sociedad y para quienes participan en las elecciones como aspirantes.
Mucho de lo que hoy tenemos se debe a la lucha de la oposición y particularmente de quienes hoy son Gobierno. Estas reglas son las que dieron pauta y legalidad al triunfo de López Obrador. La victoria se obtuvo por los votos, pero el reconocimiento del mismo se dio por las reglas que hemos establecido.
Algunas de las propuestas que ha hecho el Presidente son para atenderse. El problema es que en todo cuanto propuso en el plan A y posteriormente el plan B las cosas se hicieron con un muy desaseado proceso en el Congreso, lo cual no permitió que la Corte pudiera revisarlo. No lo hizo debido a la serie de irregularidades en que se dio, muchas voces alertaron sobre ello entre otras la de la senadora morenista Olga Sánchez Cordero.
Tenemos que esperar el desenlace del proceso electoral para que con base en ello y con las experiencias de otros procesos se tomen las decisiones que permitan un cambio que a estas alturas es necesario, no se puede hacer de otra manera que no sea a través de un debate abierto y público.
El problema que también tenía la propuesta del Presidente es que por enésima vez se cayó en el terreno de no cambiarle ni una coma a nada. Está visto que a López Obrador no le gusta debatir ni tener interlocución con la oposición, pareciera que al hacerlo reconoce a los interlocutores a los cuales no le interesa en lo más mínimo reconocer. Cada vez que habla de ellos es para impugnarlos o para cargarlos de adjetivos, porque dice una y otra vez que ahora las cosas son diferentes y porque “no somos como los de antes”.
Los parlamentos abiertos que organizó el Congreso fueron de enorme relevancia. Se discutieron y se presentaron propuestas que enriquecían lo que había enviado el Ejecutivo; sin embargo, por más que hubo elementos que las y los legisladores del oficialismo veían positivamente al final no se aceptó absolutamente nada.
Estamos a poco más de un mes de iniciar formalmente las campañas, las cuales no van a ser muy diferentes de las precampañas. Todo el proceso se adelantó y las instituciones como el INE y el TEPJF se la han pasado como pueden de no ser rebasadas y no quedarse fuera del camino. Lo que ha sucedido con la elección adelantada por parte del Presidente tuvo en la oposición una respuesta inmediata para no quedarse atrás. En los hechos a pesar de su salida en falso solamente Movimiento Ciudadano se apegó a las reglas electorales.
Lo deseable es que en las campañas se eleve el nivel del debate. Lo que hemos visto estos días ha sido el proselitismo de las candidatas lejos del objetivo que se presume tienen las precampañas, las cuales fueron pensadas para convencer a los militantes. Las candidatas más bien se dedicaron al proselitismo más allá del convencimiento a los militantes.
Ya entramos ahora a las intercampañas. El y las candidatas se van a dedicar a sortear todos los terrenos para seguir haciendo proselitismo para que voten por él y ellas.
Lo que es definitivo es que nuestro sistema electoral requiere de cambios, pero para hacerlos se tiene que debatir y discutir y no sólo escuchar para transformarlo, de otra manera no tiene sentido.
RESQUICIOS.
Las elecciones serán la verdadera prueba de fuego para conocer de qué está hecho el Gobierno. Por más que la candidata del Presidente aventaje en las encuestas mantenerse a distancia y no utilizar sus aparatos de gobierno será fundamental para la legalidad y legitimidad de quien gane, sea la corcholata favorita o quien sea.