Quebradero

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Violencia normalizada

 

Por Javier Solórzano Zinser

 

Quizás sin tener conciencia plena llevamos años con la violencia a nuestro lado haciéndola parte de nuestra vida cotidiana y quizás en muchas ocasiones también justificándola. Lo cuestionable es que entendiendo las muchas circunstancias en que nos encontramos, de alguna manera vivimos bajo la violencia en todas sus  dimensiones.

A menudo las calles de nuestra ciudades se han convertido en el pretexto para cualquier bronca, porque además los ciudadanos cada vez están, no casualmente, armados. La proliferación de armas se debe a que el mercado ha ido creciendo y porque en la mayoría de los casos quien tiene una de ellas en su casa o vehículo es porque la puede usar.

Se ha ido perdiendo la capacidad de asombro, porque además el país en muchas ciudades tiene a la violencia como forma de vida. El desarrollo de la delincuencia organizada va aparejado a una confrontación que llega a extremos y que la autoridad tiene que enfrentar directamente.

En lo que va de este año hemos visto cómo las Fuerzas Armadas en muchas ocasiones han sido sometidas, pero también han tenido que usar la fuerza para enfrentar a la delincuencia organizada, es evidente que esto no tiene mucho que ver con aquello de “abrazos no balazos”.

El lamentable concepto de “daños colaterales” ha ido creciendo de tal manera que familias enteras han sido asesinadas sólo por vivir en los espacios de confrontación entre las bandas del narco y la autoridad.

Los jóvenes se han ido convirtiendo en el centro de la violencia. Son ellos quienes la padecen y también quienes la perpetran. Cada vez hay más casos de jóvenes secuestrados o agredidos en donde la narrativa del poder termina, sin tenerse toda la información, por revictimizarlos.

En Jalisco y Guanajuato se han venido presentando hechos de violencia en que los jóvenes han estado en el centro. Han sido secuestrados para, posteriormente, ser asesinados sin ningún tipo de contemplación. En algunos casos se menciona que se equivocaron quienes perpetraron la agresión o que estaban donde no debían, como si eso justificara la explicación que ofrece el Gobierno como responsable directo de atacar el problema.

Lo sucedido en Salvatierra de nuevo repite narrativas en donde pareciera que los jóvenes murieron por su propia culpa. Como sucedió hace algunas semanas con la matanza de jóvenes en Celaya; se reitera que el problema se debe a que los muchachos, en algún sentido, provocaron su destino.

Al igual que en el caso de estos estudiantes, los familiares de los jóvenes masacrados en Salvatierra le reclamaron al Presidente por su interpretación sobre lo sucedido. Lo delicado de la narrativa es que pareciera que se tiene un diagnóstico impreciso de lo que está pasando en diversas comunidades y, sobre todo, lo que está sucediendo en la vida de muchos jóvenes en el país.

Ciertamente, ya no hay manera de ocultar el incremento en el consumo de drogas. Nos la hemos pasado en los últimos años en un estéril debate sobre la legalización de las drogas. Sin embargo, por más que se impulse legislar, mientras no exista la voluntad real del Presidente y, sobre todo, de las Fuerzas Armadas, no se van a poder dar pasos en este sentido.

Legislar no va a resolver todos los problemas, pero va a colocar nuevos escenarios que quizá permitan que mantengamos una civilidad muy distinta de la que padecemos.

La narrativa tiene que integrar más elementos. Por la forma en que se explican las cosas, a menudo aparece la idea de que se hace responsables a otros de las responsabilidades del Estado.

Es lamentable, dolorosa y derrotista la normalización de la violencia. Nos anda llevando a una insensibilización como en algún sentido apareció en Salvatierra.

RESQUICIOS.

Eran de esperarse las protestas de los colectivos de desaparecidos. El censo hecho por el Gobierno tiene muchas lagunas y los resultados dados a conocer no dejan claridad sobre el estado de las cosas; “el Gobierno desaparece a los desaparecidos”.