Por Carlos Tercero
Cuando un gobierno falla en la conducción del Estado, el pueblo lo percibe lentamente, sobre todo en los estratos más dependientes de los programas y ayudas sociales; pero cuando surge una crisis grave, sin importar si su origen es un estallamiento social, un conflicto geopolítico, un colapso financiero o un desastre natural, la reacción es inversa y para el pueblo en su mayoría, de manera inmediata, la culpa es del gobierno, sin importar si este es bueno o malo, si tiene o no implicación alguna con la causa; así se tratara del mejor gobierno, la tribulación y el enojo social endosan la factura al gobierno, a las autoridades.
Teniendo en cuenta lo anterior, es posible plantear la evolución de las distintas sociedades en el mundo y en ello, la tradición de Francia es incuestionable como detonante de cambio y origen de movimientos sociales y políticos que han marcado un cambio de época; tal puede ser el caso del Movimiento de los chalecos amarillos (Mouvement des guilets jaunes) que surge en 2018, de una sociedad presionada por la pérdida de su poder adquisitivo y en la que las decisiones públicas muestran una horizontalidad, contraria a la usual verticalidad en el ejercicio de gobierno y el diseño e implementación de las políticas públicas, gracias en mucho, a la incidencia de las organizaciones de la sociedad civil. En el caso de Francia, la interrelación entre la economía y la organización social parece determinar estructuralmente la recomposición social, ante un agotamiento del capitalismo y la búsqueda de una economía de mercado más incluyente, con una repartición más igualitaria, lo cual motiva cada vez a más a las personas a autorrepresentarse en las decisiones que impactan su vida y su economía y, por tanto, a involucrarse en la solución de sus problemas.
Es así que despierta la noción de una «sociedad horizontal» como antítesis a las estructuras tradicionales, buscando fortalecer la igualdad, la participación activa y la toma de decisiones colectivas en contraposición al verticalismo de las estructuras tradicionales de la vida en sociedad.
Con antecedentes en el siglo XVIII, el concepto de sociedad horizontal, ha ocupado las mentes de destacados filósofos y pensadores de las ciencias políticas y sociales, para traducirse durante el siglo XX en forma de movimientos sociales y contraculturales desafiantes de las estructuras de poder establecidas. La horizontalidad se convirtió en una herramienta para la toma de decisiones colectivas y la organización no jerárquica. Como precepto, se ha trasladado a otras áreas de la vida y del conocimiento, por ejemplo, en las ciencias administrativas, la horizontalidad se refiere a la práctica o estructura organizacional basada en desarrollar decisiones colectivas de participación lo más igualitariamente posible entre los integrantes de la organización.
El desarrollo y crecimiento de internet, así como la expansión digital, contribuyen hoy, al fortalecimiento de la sociedad horizontal, democratizado la difusión de información y facilitado la colaboración entre individuos por medio de las redes sociales y plataformas en línea, intercomunicando comunidades e individuos de todo el mundo, en tiempo real, en una colaboración horizontal dispuesta al bien común.
Este “horizontalismo”, que pareciera concentrar al mismo tiempo, ideologías de izquierda y postulados de derecha, es una expresión más de las sociedades para enfrentar los desafíos de su propia época, no se trata tan solo de una teoría, sino de una práctica con el potencial de transformar la sociedad hacia un futuro más igualitario y participativo, la necesidad de consenso y gestión de conflictos que en su conjunto determinan el nivel de bienestar.
En la época, en el México que nos toca vivir, la constante y consenso expresan con claridad que debemos cambiar; sin embargo, en lo que no hemos podido ponernos de acuerdo, es en el cómo, con quién. No basta con repartir culpas, es preciso encontrar soluciones.
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