Indiferentes

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Por Darío Fritz

Hubo un llamado. La voz finita y juvenil preguntó con nombre y apellidos correctos. Dijo una ambigüedad que situaba el conocimiento vago sobre la calle y la colonia de la ciudad donde residía el interlocutor. Él, siempre reacio a seguir la conversación, porque detestaba como todos detestamos los llamados de venta de productos bancarios, regalos de aerolíneas, encuestas, inscripciones a tiempos compartidos de hoteles, creyó, intuyó, inocente -apreciaba no serlo-, en esos momentos idiotas en que las defensas están bajas para confrontar con los asaltos telefónicos del consumismo, que alguna autoridad le buscaba para realizar obras en la zona. ¿Por qué, se preguntaría luego, si nunca le han consultado para nada? La voz delgada, de trazo sencillo, que parecía pedir permiso en cada oración, dio paso a otra, que él permitió hasta con balbuceos. Estúpido, se diría luego. Del otro lado de la línea del celular, el tono saltó a una voz carrasposa, adulta. Se lo imaginó sobre un escritorio vacío, calvo, excedido de peso, la papada como una bolsa en caída libre, con la corbata desajustada. Repitió vaguedades como el joven y agregó que le gustaría conocerlo para ver futuros negocios. Él se mantenía en silencio. Desconfió, qué negocios podría hacer un profesor universitario preparado para entregar calificaciones, revisar lecturas y esperar cada quincena ingresos desafortunados. ¿Sabe qué es la Unión?, le dijo el otro en tono firme y displicente. Sí, dijo él, como si fuera eco. ¿Se está refiriendo a los que extorsionan comerciantes?, se preguntó. Iluso, arremetió contra sí mismo. La respuesta llegó sin solicitarla. “Usted está con la Unión o en contra”, le dejó caer. Sintió que un bote de agua helada le desarrajaba trozos de hielo de la cabeza a los pies. Y despertó. “Señor, váyase al carajo”, alzó la voz con algo de dejo diplomático angustioso y cortó. Ahora no pensaba, sólo se movía por intuición. Evitó el llamado que le llegó de inmediato del mismo número y otros de varios días posteriores. Una vieja amiga, entrenada desde el periodismo en esos mundos que a diario asaltan la razón, le trajo tranquilidad. Los que conocen de esas menudencias criminales aconsejan no hacerle caso, no tienes el target para preocuparte, avisó.

“Hay por lo menos ciertas tinieblas predilectas/ que merecen su propia lámpara de oscuridad”, dice Roberto Juarroz en el cierre de uno de sus poemas. Allí queda en ese intento de extorsión telefónica, invisible, a la espera de que no se encienda.  La extorsión, tercer delito en importancia, según los datos más recientes, continúa de plácemes. Sólo el 2.6 por ciento de las víctimas recurre a realizar una denuncia -el registro da cuenta de poco más de cinco mil casos en 2022-, mientras que la confianza social en quienes deben llevar a cabo las investigaciones y aquellos que imparten justicia está cerca del 60 por ciento. Las cifras no están nada mal si se las compara con otras instituciones de seguridad como los militares que si bien reciben un apoyo ciudadano de hasta el 80 por ciento, no se tienen que embarrar en los lodos de dilucidar casos y castigar.

A pesar de que la inseguridad es la principal preocupación social –ya lo era en 2015-, los datos oficiales dejan bien paradas a las instituciones militares y policiales. Intranquilo por el pago de la renta o la hipoteca, los gastos escolares de los hijos, el multiempleo, las cuentas personales, cada uno sobrevive a su mundo como puede. La indiferencia, dice uno de sus defensores, el filósofo francés Alain Cugno, es volver la mirada hacia lo que hace el otro y conservar un “espacio donde respirar… no verse afectado por los demás”.

@DaríoFritz